Por eso no me importa caminar con mis propias alucinaciones,
La memoria burlándose de los números impares del silencio,
Del árbol solitario donde cuelgo las miradas del entrepecho mío,
La fiebre de los desafueros y la herrumbre,
La herida azarosa de macho en celo, la brizna muda del sombrero,
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ÁRBOL DEL PÁLPITO
Por el pecho de un árbol
va el eco absurdo de cenizas sin horario.
BEATRIZ HERNANZ ANGULO
El pálpito es un árbol a punto de convertirse en montaña intransferible.
Por eso no me importa caminar con mis propias alucinaciones,
La memoria burlándose de los números impares del silencio,
Del árbol solitario donde cuelgo las miradas del entrepecho mío,
La fiebre de los desafueros y la herrumbre,
La herida azarosa de macho en celo, la brizna muda del sombrero,
Las monedas inciertas de las confesiones,
Y hasta el absurdo de mi crepitar de sombras.
Con los dedos desmedidos ato la lengua a las calles; crepita el anochecer
De mi compañía; el pulso sube al techo de las conjeturas;
El traspiés de la garganta desafuera los jadeos.
A veces el pálpito es un holocausto.
No hay estipendios en las pirámides de polvo, ni libélulas que bailen
Reggae, ni rock, ni soul, ni blues.
En el pálpito llueven despavoridos los relámpagos. La lluvia del primer
Orgasmo en la escalera del cielo, la extraña multitud masticada
De los días festivos, la entrecalle de la sed con cerraduras y barrotes.
Si después no veo el rostro en la desnudez de la noche,
Se debe a que la piel es densa debajo de las sábanas. Es porque el lecho
Constituye la certidumbre convocada de la ceniza.
Similares absurdos vive el rostro en la penumbra: —la angustia tira
Sus titulares en primera plana.
Llueve sobre el pez de las manías. Alrededor de nosotros la demencia
De las sandalias, la oleada de escaleras, los días simples subyugados
A la tinta de la saliva, el vitral picoteado por la boca,
Duro pálpito el espectro que está ahí, mudo e impuro, febril y revelador.
Ante tanto absurdo en los retratos,
Sólo queda divagar en los dominios de la danza, en los faros del cielo,
O sencillamente, claudicar en el costado de las vértebras.
—Vos conocés esta lejanía de los brazos cuando no hay arcoíris
Tendidos en la hamaca del alma. Cuando sólo hay sospechas de ventanas
Despojadas en este tropel de frío.
En mi casa todavía las aguas de la noche mojan con peces terribles.
Nadie sube a la terraza a escuchar la piel del oleaje,
A bailar un jazz al compás de la marea.
—Vos y Yo, sabemos, de este pálpito desdoblado en el césped, de la rama
De la carne que invoca el confín asible de la brisa,
El candil, los eclipses, las torpezas,
Y el abandono, siempre, que nos prodigan los murciélagos;
El memorable fuego de la siembra en el purgatorio…
Barataria, 07.XI.2010
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