Un día descubriré los relojes de Balzac, el hartazgo sentimental
De la autocrítica, y quizá hasta las ideas exangües de Platón
Autor de la fotografía: Richard Martín Vidal
Azogue
Cuando escribo,
No pienso nunca en los lectores.
JORGE LUIS BORGES
Zigzag la emoción en la trenza de los días que pasan sin pena
Ni gloria. La cuerda floja del azogue en la inmortalidad.
El collage de los transeúntes me hace perder el equilibrio,
Sobre todo cuando los moscardones bailan encima de espejos.
Un día descubriré los relojes de Balzac, el hartazgo sentimental
De la autocrítica, y quizá hasta las ideas exangües de Platón,
En esta borrasca donde la luz parece perder su fieltro
Frente a desvencijados espasmos de esperma y pájaros.
A veces me obstino a esa dualidad necesaria: las iglesias
Y las casas de cita; los mercados sencillos y los que están
En lugares donde no caben mis zapatos.
De pronto el aire me sabe más a relativismo que a materialismo
Dialéctico, sobre todo cuando lo respiro junto al oleaje
De mi cigarrillo y a unos dulces de menta.
De pronto quisiera ahondar en la Dióptrica y los meteoros
A los que hace alusión don René Descartes; luego, quizá,
Sangrar en la opulencia de las pasiones.
Por supuesto, en medio del azogue, me gustaría escuchar
A Jimi Hendrix fumando círculos a ritmo de libélulas.
Convertir, por ejemplo, los poemas de Vallejo en blues.
Saciar mi hambre con la pureza de las hostias.
Ver a través del ojo del sol toda la locura mesiánica de estos días.
La primera vez que subí al sonambulismo de una mujer,
Me volví sílaba: —Dios sabe lo que digo.
Después, claro, perdí la cuenta del vértigo, la escritura,
Dejándola al pulso de la respiración y el encantamiento.
También lo sabe aquella vidente del sofá, de los amuletos
Sin eternidad. Después lo supo el dolor, la noche, la mañana
Y hasta los búhos y los murciélagos,
Los cuadernos que enloquecieron en el suelo, el fluir agreste
Del asombro. Cuando desperté la invención era tan antigua
Como Troya y sus acontecimientos.
Claro está que este arte se aprende con el sigilo del buzo;
Ahí está Shelley, Goethe y Lamartine que lo confirman de golpe.
Sospecho que el destino tiene demasiados puntos suspensivos,
O paréntesis, o asteriscos.
Los fantasmas pululan hoy en día hasta en peceras.
De hecho hacen perder la claridad del agua.
Ignoro si los días son tan suaves como las pantuflas afelpadas.
Mi locura tiene la certidumbre del divertimento, en los otros,
—En los que ven la probabilidad y análisis del sistema,
Como ojo subterráneo del humo:
[Enajenación del albedrío, forma fotográfica del entorno].
Después de todo, hasta la ceniza se jacta de su otredad.
Cada quien prolonga su insomnio o deseo hasta donde
En hombre araña puede prolongar su escenario…
Barataria, 21.XII.2009
Azogue
Cuando escribo,
No pienso nunca en los lectores.
JORGE LUIS BORGES
Zigzag la emoción en la trenza de los días que pasan sin pena
Ni gloria. La cuerda floja del azogue en la inmortalidad.
El collage de los transeúntes me hace perder el equilibrio,
Sobre todo cuando los moscardones bailan encima de espejos.
Un día descubriré los relojes de Balzac, el hartazgo sentimental
De la autocrítica, y quizá hasta las ideas exangües de Platón,
En esta borrasca donde la luz parece perder su fieltro
Frente a desvencijados espasmos de esperma y pájaros.
A veces me obstino a esa dualidad necesaria: las iglesias
Y las casas de cita; los mercados sencillos y los que están
En lugares donde no caben mis zapatos.
De pronto el aire me sabe más a relativismo que a materialismo
Dialéctico, sobre todo cuando lo respiro junto al oleaje
De mi cigarrillo y a unos dulces de menta.
De pronto quisiera ahondar en la Dióptrica y los meteoros
A los que hace alusión don René Descartes; luego, quizá,
Sangrar en la opulencia de las pasiones.
Por supuesto, en medio del azogue, me gustaría escuchar
A Jimi Hendrix fumando círculos a ritmo de libélulas.
Convertir, por ejemplo, los poemas de Vallejo en blues.
Saciar mi hambre con la pureza de las hostias.
Ver a través del ojo del sol toda la locura mesiánica de estos días.
La primera vez que subí al sonambulismo de una mujer,
Me volví sílaba: —Dios sabe lo que digo.
Después, claro, perdí la cuenta del vértigo, la escritura,
Dejándola al pulso de la respiración y el encantamiento.
También lo sabe aquella vidente del sofá, de los amuletos
Sin eternidad. Después lo supo el dolor, la noche, la mañana
Y hasta los búhos y los murciélagos,
Los cuadernos que enloquecieron en el suelo, el fluir agreste
Del asombro. Cuando desperté la invención era tan antigua
Como Troya y sus acontecimientos.
Claro está que este arte se aprende con el sigilo del buzo;
Ahí está Shelley, Goethe y Lamartine que lo confirman de golpe.
Sospecho que el destino tiene demasiados puntos suspensivos,
O paréntesis, o asteriscos.
Los fantasmas pululan hoy en día hasta en peceras.
De hecho hacen perder la claridad del agua.
Ignoro si los días son tan suaves como las pantuflas afelpadas.
Mi locura tiene la certidumbre del divertimento, en los otros,
—En los que ven la probabilidad y análisis del sistema,
Como ojo subterráneo del humo:
[Enajenación del albedrío, forma fotográfica del entorno].
Después de todo, hasta la ceniza se jacta de su otredad.
Cada quien prolonga su insomnio o deseo hasta donde
En hombre araña puede prolongar su escenario…
Barataria, 21.XII.2009
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