MONÓLOGO
(Ah, doliente vuelo de querencias
despobladas:
amargos cauces del gusano en la sangre,
batallas de quemante sollozo y zurcidas
ropas,
ser la ceniza en estos fuegos recónditos,
sombra del hartazgo,
duradera muerte en mi aliento, ciego apego
a la hoguera;
ser el estrecho cauce de la lengua, la
cuita dolorosa del sueño,
el alimento fúnebre de la carcoma.
El confundido rastro arrancado a las
mordazas.
Camino junto al desdén, junto a la luz
débil
de las cuatro paredes del vuelo: llevo sin
merecer esta herida
que me ha nacido de tanto desvelo;
en el insomnio toda mi sed se ha vuelto
postrera, toda mi sed
ante la presencia «frágil de la vida»; el
limo de la lengua gime,
tierra adentro, donde se oculta la espina.
Me subyuga el árbol de la noche, «mi
latido en su piel»
la resequedad plena en mi garganta, la dulzura
menguada
a falta de ternura: atravieso los ríos
invisibles del olfato,
cada campanazo, amedrenta, este gusano que
llevo dentro,
la voz rugosa de las piedras, la porfía
del arcano hacia el abandono.
¿En qué sosiego puedo advertir estos
arcanos, sin escupitajos,
después de bajar sin compañía a la
perennidad,
al centro de mi cuerpo soterrado entonces
de una mirada?
El follaje de la noche tiene arenas
movedizas, ayeres de hojarasca,
equipajes que siempre amarraron la sal con
nudo enmudecidos,
ternuras que nunca adiviné con mis ojos
ciegos.
Cuando miro el sueño que pasa a oscuras
junto al olvido,
la fugacidad, toda, se vuelve eterna reverencia en mi aliento;
cuando la brisa llega, cegada por mis
quemaduras diarias,
la espina salta del costado, el polvo del
letargo se hace cierto.
Ahora me rindo al mutismo de mi insomnio
aprendido en soledad:
a oscuras la memoria trasiega los desatinos
doctrinales
de mis pesadillas, faena que vuelve sumisa
mi porfía.
A oscuras llego a la sangre sumergida de
los pájaros;
es tanto el desvelo, que se vuelven cárcel
mis fantasmas.
A oscuras este gemido de la pena, barcos y
trenes destrozados,
la claridad enterrada de mis sueños,
esta tortura que hace más grande la
herida, prolongada
bufanda del escombro, atroz rincón de mis anhelos.
Casi a la medianoche, no conservo nada de
este mundo:
se ha ido toda luz; y aparece, siempre, el
afán del moho,
las Siete Cabritas a cuentagotas, el polvo
insondable del delirio,
la espiga muerta de la respiración.
Nada es más cierto que la semilla plantada
de esta herida;
¡cuánto latido aletargado en los párpados,
cuánto frío,
cuánta lengua en derredor de mi hospedaje,
dientes oscuros del alfabeto, mi propio
firmamento!
Mi sed torva, a oscuras como un grito
ensangrentado.
A oscuras la frazada de la llovizna, los
demonios interiores
las cornisas medievales de mi réquiem,
o ese cumplido vencimiento del cuerpo y su
rumbo de último reloj.)
A
oscuras, «la grieta que arrasa y corrompe la esperanza.»
Del libro: «Mi memoria se ha cansado de llover y
esperarte», 2022
©André Cruchaga
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