A PESAR DE TODO
No hay límites para la melancolía humana
Se cuenta siempre con una piedra para colocar sobre
la pirámide
de las lágrimas…
LOUIS ARAGON
Volvamos a la casa junto a aquel río
que conocimos de luna confiada.
Volvamos a la noche a tejer los
rasguños de la niebla, a la sed tibia,
roja de los navíos antes que amanezca
el pez de la nostalgia.
O nos venza el trajín de la brasa y
nos lance en ceniza al agua.
En el horizonte una enredadera de
nubes, unos pájaros que nacen
del aire con meteoros en las plumas
sobre los propios harapos.
Nuestros pies están impregnados del
barro envejecido de tambores,
algunos perros de ciprés lamen el
ijillo en el claustro del espejo,
nos alimentamos de cruces ciegas,
torturantes, sin reparo al óxido
y a la tiza de hierro que recorre la
vida atada a pasiones truculentas.
Pero volver también nos ata el cuerpo
a ciertos ataúdes.
A través del ojal de la tortura, el
pespunte demencial de los salmos,
los suplicios retenidos en la lengua,
el nomadismo que nos vence
en la duda sin puerta ni fecha, salvo
un paraguas roto sobre la arena.
Volvamos aunque luego haya que
enhebrar la flama de los relámpagos
chamuscados por las cuñas de madera
del carraspeo.
Nos espera un nido hinchado de
relojes mutilados, un tintero
hipotético donde las axilas cambian
su estado de gracia.
A través de los perdigones de las
palabras, la escritura del grito,
y esa rara leche roja que brota de
las peluquerías y se pierde
en los respiraderos subterráneos del
extravío.
Sobre la fruta de los ijares, el
hongo ancestral de los trapecios.
.
Del libro: «Mi memoria se ha cansado
de llover y esperarte», 2022
©André Cruchaga
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