imagen cogida de la red
PUERTA INVERTIDA
En el catálogo de la abstracción,
ninguna puerta se abre como es costumbre.
Sobre el pasto de las ojeras, el
ojo hipoteca el revés de los sótanos.
En el ambiente inefable de las
alas, las hélices de los brazos equilibran el peso.
De tanto columpio de
remordimientos, el infinito o algo así en la garganta.
(Nunca he entendido las reglas de las letras de cambio, ni sus
instantes
de absoluto, ni su próxima exhumación.
Desconozco los juegos superiores del zodíaco y el delirium de un
puntapié.
En la atalaya de alguna piyama de sal, las fotografías de siempre
colgadas
del espejo. Los jardines con moscas insolentes.)
En vano se desangran las
tapicerías en el entresueño, ¿acaso las mochetas
son necesarias para sostener el
dintel del jiote de las semanas?
Cantan al trasluz sobre el jarro
de la concavidad, las colillas de la autosugestión.
En el umbral herético de los
cadáveres, todo lo abominable del umbral.
Ninguna excentricidad es mayor a
la fábula del poema.
En el puchito de saliva tortura
ciegamente el futuro, la esperanza a priori
del mordisco y la adulación con
su senilidad perversa, y los ecos innombrados
del balanceo del fuego en la
esquina de las pepitorias.
Ante la puerta invertida del aliento,
la tierra rema sin zapatos: en lo alto
de las pupilas, la siempre
historia ahumada de la patria, los búhos suicidas
de ceniza, o el pájaro desinflado
de los sombreros de yute.
No hay más que decir después de
ver al otro lado del espejo las hipotecas.
Barataria, 03.VIII.2015
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