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HÁBITAT DEL NOSOTROS
Al límite de la intemperie, solo
el tejado pintado de arcoíris, las inclemencias
del musgo como abrigo y las
moscas que dilatan los instantes;
las hojas caídas, largamente
inmensas no desaparecen, siempre están ahí,
con su helado mantel de
escarabajo amarillo.
En las esquinas descampadas de
los sueños, algún eructo siniestro.
No hay un canapé que sostenga el
aliento, ni abrigue estos huesos en fermento.
No es cosa de facsímil, la
nebulosa hasta el cuello de las revelaciones,
ni secreto el saqueo de la
conciencia por vías poco convencionales.
Hablar, de pronto afloja los
tobillos: se agota todo, incluyendo las oblicuidades,
el significado de los absolutos y
la guerra que se libra, elevando antorchas.
(Uno camina sin sentir nada; el vinagre engrosa los párpados,
mientras bajan
por todo el cuerpo, demasiados colmillos o mortajas de sed.
Siempre existe alguien que alucina y nos quiere dar atol con el
dedo; lo cierto es,
que navegamos entre mareas de polilla, entre monedas
oscuras,
entre abolladas historias de herrumbre.
Todo este tiempo lo he pasado entre la duda y las letrinas: es
impresionante
la circulación seminal de los nuevos artificios. ¿Quién legitima
toda esta guerra
sucia que nos horada? ¿Quién nos roba las toneladas de infinito?
Desencaja la saliva en todos los días de la semana.)
Mientras pasa la furia, el
vértigo de los girasoles en mis sienes.
Después del vacío circular de la
desnudez, las cruces como atroces herraduras.
Barataria, 26.VII.2015
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