viernes, 21 de agosto de 2015

OJO INSOMNE

Imagen cogida de la red




OJO INSOMNE




Para María Luz, (fallecida el domingo 19 de julio de 2015)

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.
Pablo Neruda




Los perros ladran a la orilla del sueño, ciegas aguas y sombras apretadas en el pájaro muerto de mis congojas: día tras día la sal extrema de las horas y el cuentagotas del reloj, lento, sobre la hojarasca. Lenta y fúnebre la desesperación, tan antigua como la luz agria de los pensamientos; lentas y desdeñosas las ramas desprendidas de la noche, la ternura acaso, ciega en mi voz. Lenta la madera que se deshace en el féretro, árido el cuerpo de alelíes, huye este apretado mar de litorales. Lento el paladar que ya no sabe del viento, ni del misterio de los muelles, errátil julio de los sueños, demasiada palidez en el calendario postrero de los trenes de Las Pavas y San Isidro. En los vagones rotos de la lejanía el oscuro frío de los cabellos, el hondo abismo de los caminos de la infancia. Lentos los postes de la lluvia y las imágenes grises del silencio y el vacío intermitente de las cosas. Abajo, ya no la casa, ni el cielo, sino el abismo, la Nada en su ancha realidad, la casa descendida a ceniza. En blanco y negro los trenes, los primeros sueños del rocío, el ritmo húmedo del alba en el silabario de noviembre. Al principio son verdes las colinas del calendario, después se hace sorda la luz y la gracia y los meses y la claridad del infinito; sí, después se alza sobre nosotros la tarde y huyen entonces todos los anhelos y todos los instantes. De pronto, todo el moho sobre nuestras sienes, decrecen los caballos de la nubes; nos acercamos al atrio de los escapularios para cruzar el zumo del misterio. Lenta es la piedra compacta de la soledad y su caparazón inerte; ¿quién te invita a la vida para dejarnos, después, en la intemperie? Con qué rigor y fiebre muerdes el pulso hasta el punto de arder en lápida el sagrado cuerpo de la vida. No hay alas que hospeden esta fuga, ni que abracen al alma y su liturgia; todo se nos va en este arrullo insoslayable del destino: ahora es tórrido el párpado, el voraz apetito de la vigilia, el corazón que maduró junto a sus deudos: es extraño todo el cántaro que nos contiene, todo el alfabeto del horóscopo tatuado en nuestro aliento. En no sé qué dominios o códigos, la noche remota nos tatúa, nos hace visibles. Ante todo este ahogo, solo magnificamos los peces y la fábula: uno nunca lo sabe, pero a diario, izamos la flor de la muerte; viene siempre lo indecible, acompañado de ese último respiro, que nos hace ser flama en el escombro.
Barataria, 14.VIII.2015

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