Imagen cogida de la red
ESPACIOS PROSCRITOS
La luz fúnebre en el rostro
profético de los espacios proscritos: las aguas
trascienden más allá de las
costas, más allá de la garganta la silueta de la noche
y su inclinado gemido de pájaro
nocturno.
En el eco, aquella perpetuidad
del desarraigo; la infancia, de pronto, irrecuperable
como despertar en clave
de aguja o espina, o parodia o despojo.
Parten los ojos y también los
cansancios. El dolor, las estrías en el aliento.
Siempre me resulta engañosa la
ternura y sus grandes estíos no revelados.
De pronto, supongo, que no me
queda ningún lugar para los sueños:
siempre parto con mi locura,
ninguna cobija cubre mis pies descalzos;
siempre es de empezar todos los
días la farsa, (siempre es perenne la
sed, aunque
no el fluir), no las baldosas de cemento carentes de estupor,
no la usura y los pecados
originales,
la pestilencia de la servidumbre,
las herraduras transversales en las costillas.
—Vos sabés de los ciegos fríos de
la eternidad, de los siglos de cipreses
que incendian mi pecho,
de lo extraño que resultan las
estadísticas oficiales sobre muertos.
¿Tiene sentido algún abismo, el
humo, la niñez suburbana con tantos desvelos
y esclerosis, con un silabario de
esperma equivocado?
El lado oscuro de las aceras
endureció mi hígado. Giran los espejos a destiempo
en los pensamientos: todos los
muertos son la gota de tinta negra en la agenda.
Rezo sobre la tumba del presente,
el florecer de mi propio cadáver.
Barataria, 31.VII.2015
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