sábado, 8 de agosto de 2015

COFRE

Imagen cogida de la red




COFRE




Para cualquier eternidad, los eclipses y sus tropezones de desahogo.
El mundo aquí es una suerte de inocentes oscuridades: en tanto vacío cava
la desnudez su sombra, el deshielo del espejo,
todo lo exhausto e implacable que tienen las esquinas de los rincones.
Hacia el fondo me arrastra el infierno de los pensamientos, esa poderosa carcoma 
de tumba afincada en los pies. Sobre los cuatro abrigos de la pared,
pululan los trapecios de los párpados.
Uno nunca termina de entender la piel oscura de los sombreros, o la oblicuidad
de los ijares pegados a la boca, o los muchos paraguas licuados con los dientes
de la lluvia: cuántas veces abro tu dentadura, la cerradura de tus mares,
el bar insólito de las pulsaciones, esa respiración de pan desvelado.
De la historia siempre guardamos con sigilo los sellos postales, aquello
que nos hace cabalgar, o nos atrapa en la bañera y recordamos el lenguaje
de los pañuelos, sin muchas especulaciones.
—Del cofre, el desgaste insaciable de la madera, los días de excéntrica precocidad. Después de todo, la realidad no es un juego, sino una sombra
en los calcañales, una frontera con cerradura y con muchos cansancios.
Ante la gravedad de los ardimientos, me vuelvo poseso de ciertas convulsiones
encarnadas en el espinazo de la conciencia. Aquí no se ven las grietas
de los barcos, ni la condición de olvido de tanto suicidio. (Sólo me quedan
los recuerdos sobre el alambre de pez de la lengua.
Sólo vos, concéntrica, en el silabario ebrio de la construcción del parpadeo.)
Barataria, 01.VIII.2015

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