Imagen cogida de la red
VIGILIA
Nos arden las aguas derretidas en
el entrecejo a la hora donde se consuma
el absoluto. A la luz del fogón
de las luciérnagas, los chiriviscos que arden
en la necesidad del fuego.
El murmullo de los herrajes,
golpea mis zapatos: hay un mundo sepultado
de coral en mi aliento, en ese
reloj agazapado por donde se pasea el desvelo.
¿Dónde están todos los nombres de
amaranto?
En qué metal esférico se torna
espectral la saliva del horror y la antigüedad
de los eructos? —A más de
persistir las pupilas mutiladas,
esta reincidencia de la piedra en
los costados. Total, comienzan los dramas
o continúan dentro de este
laberinto de certezas primordiales.
(En el traspatio de la memoria, aún hay unos niños jugando a las
canicas;
También ellos sin saberlo caminan junto a la adversidad, caminan
alrededor
de máscaras y atavíos, y esqueletos y telones y vientos de
indiferente
estatura y fatuos corazones curvados por el tiempo.)
La noche se adentra en pocitos de
sombras como una criatura indescriptible;
en la pandemia del enjambre,
ningunas lágrima es imbatible, ni
el pájaro del equilibrio es un mero aleluya.
Ante las leyes de la oferta y la
demanda, estos rostros extraños de la bruma,
lo súbito del tránsito, la verdad
como ciego aguaje.
Sólo me queda seguir rezando por
esa íntima memoria de los epitafios.
El tiempo que nos mira, salta de
su cueva o del escombro…
Barataria, 15.VIII.2015
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