lunes, 4 de julio de 2011

PERENNIDAD DEL ESPEJO


Cada vez que anochece vuelvo a los espejos: juego así no sólo
con lo claro, sino con la más leve tonalidad de los grises:
a menudo, el polvo manso, abandonado en la alacena
de las pestañas; también en el eclipse desteñido de las enredaderas,...
Imagen de Paolo Neo





PERENNIDAD DEL ESPEJO




He viajado, me he cansado y escrito poco
pero pensé mucho en el regreso, cuarenta años.
El hombre en todas las edades es un niño:
la ternura y la brutalidad de la cuna
GIORGOS SEFERIS




Cada vez que anochece vuelvo a los espejos: juego así no sólo
con lo claro, sino con la más leve tonalidad de los grises:
a menudo, el polvo manso, abandonado en la alacena
de las pestañas; también en el eclipse desteñido de las enredaderas,
anticipo un poco la desnudez que siempre me resulta inalcanzable,
los pedazos de nostalgia que me arrebata el aire,
las llaves del baúl donde guardo todos aquellos papeles
que he ido guardando como un anticuario. En el anonimato
de esta liturgia, lavo el gesto y las palabras entrecortadas del dolor:
y claro, me refiero al dolor de andar, entre la humareda
de los transeúntes, el viejo anacoreta que soy del vértigo.

He vivido sin duda, la perennidad de los abrojos, ese espejo
que visitan los días domingo y los sepultureros; he aprendido
a caminar descalzo, cargando la historia en mi mochila;
la puerta de la vida me ha enseñando las vitrinas y los tapices;
los callejones y las calles, las camisas repletas de sudor,
la página que no fenece cada día sino que en ella crece la alegoría.

(No sé si haya tiempos irremediables para la boca, ni siquiera sé
si puedo desandar los cementerios, ni cuánto dura un pájaro
en silencio, ni si el espejo en realidad es un fetiche del abismo.
Aún con todas estas dudas, me deslizo en el tobogán del aire,
invierto el trote de la credulidad, juego a lo tangible del ojo ciego
de todos los días. Perdí lo esencial de los colores:
ahora reconstruyo la mirada con mis manotazos.)

Sé que el tiempo es profundo como ciertas aguas, como ciertas aguas,
dejo que corran los sueños. Todo es necesariamente reversible:
así son los signos del pecho, la piel hendida cruzada
por los caminos, la voz que recojo del césped a punto de no ser.
De ahí la necesidad de buscar bien las palabras del poema:
cada una es cara y espejo, brasa atada a los párpados, anticipo
del dedo en la llaga. Y sin embargo, algo siempre está en la memoria,
la sabiduría del talpetate, sin tregua ante el pincel. Aunque parezca
extraño, permanece ahí la mesa de la noche, los gestos certeros
del escalofrío, la trenza de murciélagos colgada del espejo.

(Me ha tocado vivir los tiempos sordos del insomnio, morder
los candelabros sobre el adoquín del calendario, recoger el espejo
quebrado de la lluvia: tal vez todo fue hecho para que así sea;
hay símbolos que exceden su propia naturaleza, cuervos curvados
por el espesor de la saliva, lealtades cuya sombra permanece
en los dientes gastados de la cicatriz. Me veo en el espejo:
una vez más transitan los desatinos, esos adioses íntimos
que se meditan antes de darse, la luz vegetal del espasmo,
el nudo ciego que se forma en la garganta. Sólo yo, frente al parpadeo
de la noche, la perennidad del espejo jugando a doble bando…)

Barataria, julio de 2011

4 comentarios:

Marina Centeno dijo...

Me gusta tu sufrimiento -si es que es sufres- pero no lo aquilata la envidia y muchho menos la morbosidad. Simplemente me emparejo al poema, hago mío el estandarte que porta y la membrana que se rompe en la lectura. Y abro duda en "si sufres o no" puesto que en la escritura -sabemos- que el sufrimiento es una paradoja del placer. Sabemos, tambien, que la tinta se desliza en el cuaderno con la facilidad que fluye la lágrima en el ojo y el silencio en el pabellón del dormitoriio. En fin, te sigo, en este camino que construyes, en esta vereda que abre tu barco... el horizonte es eso: bandada de pájaros.

Marina Centeno

André Cruchaga dijo...

Yo soy, Marina, sin que ello constituya una pose, un poeta de la angustia real: es parte de mí, este navío insomne de cuchillos, estos umbrales de tiestos quebrados, la fuga permanente que confieren los sueños, aun los más adustos. A cada quien las sombras le trazan un diluvio: este es el mío. Yo dejo, en cada poema, un reguero de pájaros moribundos. ¡Qué le voy a hacer!

Un abrazo agradecido, Marina.

André Cruchaga

Marina Centeno dijo...

Lo sé -Poeta- que tus temblores son verídicos, que tus espejismos son reales y que los pájaros construyen sus nidos en tus aleros. Por eso estoy aqui, en tu cuaderno, presenciando en silencio, cada tempestad, los atragantos del mar en tus insomnios....

Saludos, André.

Marina Centeno.

André Cruchaga dijo...

Gracias por visitar este Cielo, Marina, y dejar tus comentarios. Siempre resulrtan gratificantes.

UN abrazo,

André Cruchaga