En medio del humo, esta constancia del espejo. Hay días donde
las palabras se confunden con el humo, paltos, calles, piel,
pétalos caídos del devenir, días de pañuelos desintegrados
por la salmuera, manos de mojados ataúdes. Súbitamente
me despeño en la niebla: ¿Es humano este río de premoniciones,...
Imagen de André Cruchaga
CONSTANCIA DEL HUMO
Han pasado los años y ya nada es igual.
ANDRÉS TRAPIELLO
En medio del humo, esta constancia del espejo. Hay días donde
las palabras se confunden con el humo, paltos, calles, piel,
pétalos caídos del devenir, días de pañuelos desintegrados
por la salmuera, manos de mojados ataúdes. Súbitamente
me despeño en la niebla: ¿Es humano este río de premoniciones,
vívida respiración en medio de la niebla, realidades de herida caligrafía?
El rostro cada vez, dentro de trocitos de agua; presentes de uñas
y hambre, abiertas dentaduras de la niebla, soles de ciénaga dejados
al desamparo como cualquier tiliche. Los candados gobiernan
los candiles: hay un ejército de sordos merodeando el fuero
de las sombras. Huele cada centímetro de putrefacción,
huele la extensión de los alambres del sahumerio, el batallón gris
de la neblina, las noticias del desamor, la gravedad de las noticias
donde hay sobornos, quema de buses, alguna cita truncada
por la aritmética precoz de l orgasmo. Ahora está de moda
el ecumenismo de las legumbres, aunque vistamos caricias sobornables,
virtudes de mesón, sombrillas de yute, o simplemente despilfarremos
el altruismo en los tragantes. De todas formas caminamos en las calles,
con esparadrapos, mendigos consuetudinarios, canastas, trapos
para limpiar parabrisas, rostros bonitos en vallas publicitarias,
dudosas mercancías y aguas de sórdida embriaguez. Bajo los tantos estados
de la materia, los niños comen el alborozo de la escarcha,
almuerzan con el hambre del delirio, recogen colillas de los ceniceros
y luego hacen acrobacias en las paredes del in finito. Sobre las aceras
el silencio de mi saliva. Sobre las aceras, el libre tránsito del hampa,
la mugre hundida en los dientes, la aurora congregada en los ijares;
en la espina hecha témpano, la indiferencia como una estatua olvida;
la procesión de los santos invocada por el subconsciente,
los residuos del fuego en la oscuridad. A menudo, todo me sabe
a canícula; días sajados por la demencia,
acomodo de la piedra en el barro; vados de arqueados almácigos,
hay en esta coronación de pulsaciones. El humo resulta feroz
en las ventanas. ¿A qué precio tenemos que pagar los escapularios
de la fe, las romerías de la luz para salir de este hacinamiento
de petrificados huesos? —Crece la niebla debajo de las sábanas:
no hay remansos; crece el desvelo en los tejados, el vaho degollado
en los balcones; muerde el humo la matata de las sienes: la intemperie
chorrea de obscenidades; en la otra calle del presagio, parece
que la alegría llegó a fracciones de centavo, a pócimas de vinagre;
mientras, aquí, sigo en los zapatos de esta pesadilla,
en esta respiración boca a boca de la sombra.
Barataria, junio de 2011
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