lunes, 20 de junio de 2011

CLARIDAD INHABITADA


Hemos clausurado los cristales de nuestras manos. Renunciamos
al último pabilo de las campanas; el hartazgo de la emboscada
pudo más que el pabilo natural, desvelando el follaje. ¿En qué tiesto
se fue haciendo moho el ardimiento de la garganta, los sueños
que el espejo bebió en el galope, en aquella música desenterrada...
Imagen de André Cruchaga





CLARIDAD INHABITADA




la manera de terminar un poema
como este
es quedarse de pronto
callado.
CHARLES BUKOWSKI




Hemos clausurado los cristales de nuestras manos. Renunciamos
al último pabilo de las campanas; el hartazgo de la emboscada
pudo más que el pabilo natural, desvelando el follaje. ¿En qué tiesto
se fue haciendo moho el ardimiento de la garganta, los sueños
que el espejo bebió en el galope, en aquella música desenterrada
de la hoguera? Hoy, simplemente, inhabitamos brea y llama;
preferimos caminar, solitarios sobre las criptas. Nos muerde el guacal
desfondado del laberinto, las cucharas de palo, oscuras para trasegar
el azúcar a la lengua; el sonambulismo nos retrata con monedas
oxidadas, islas donde toda realidad es engañosa; lo ilusorio,
verdad tangible. Hay días obstinados como la codicia, días
de confesiones donde se clarifica la deslealtad, estrías de salmuera
en la boca; rostros destinados a la orfandad, irrevocables desiertos
de la contrición en la trementina lejana de los tambores. Alguien dirá
que el estado de mi locura en consuetudinario, pero no; es cuestión
de estos días atroces de baldíos, de carcomas insomnes en los portales;
es en fin la respuesta al ser merodeador de oscuridades.

Descubierto todo, hay alivio en la respiración: el sofoco se torna luz;
la máscara un trofeo de monedas inservibles. (De hecho, siempre
me ha tocado caminar entre vestigios de calles y astilleros;
nunca fue celeste la almohada del calendario, ni filigrana la yerba
arrastrada por las aguas; ninguna confesión da fe de la inocencia,
ni absuelve de tajo la queja del espejo. Cuando se hace el balance,
los días se yerguen como muros de esta soledad ontológica,
harapos de dormitados fuegos, escoria que los pies fueron gastando
y esparciendo con la escoba de las semanas. Es posible que allí
se encuentre la explicación de los sudarios, los días sin indulgencias,
la ofrenda a la perduración del destiempo. Siempre terminan ardiendo
los calcañales, el sueño sedicioso de la humedad, la sombra rutilante
de las paredes desde el combate que sostienen los demonios.)

No sé si después haya días hábiles para los pájaros, días no cercenados
por el abismo, días esterilizados del mar humor,
lluvias donde el poema se convierta en milagro. No sé si la luz es
insobornable en estos tiempos de embuste: camino en el hilo aéreo
de la intemperie; sostengo mis párpados en la hamaca enturbiada
por el verdugo; la noche siempre amanece en la garganta;
gira el terraplén de la espuma, la migaja del diluvio, el trueno debajo
de la sábana. Los meses son así: nos dan la miseria sin talismanes,
el espejismo, la ceniza hirviendo en el nixtamal; el tatuaje del estanque
nos habita. Deshabitamos la claridad para oscurecer el vuelo.

Cambiamos las palabras por el balastro; soterramos la dulzura
e inmolamos la garganta: ahora la escena, es suplicio descarnado…

Barataria, junio de 2011

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