Hay ríos imprecisos de peces en los barcos que se alejan de los ojos.
“No hay razones eternas, ni hay verdad objetiva,” —sólo este desarraigo
vertical del ansia, granito, sombra, flecha, gritos en serie alrededor
de los zapatos, mareas de sangre en el tallo de las monedas,...
DESARRAIGO
Unas nubes felices, transeúntes,
volaban por el cielo en donde nada
parecía ocurrir,…
GABRIEL CELAYA
Hay ríos imprecisos de peces en los barcos que se alejan de los ojos.
“No hay razones eternas, ni hay verdad objetiva,” —sólo este desarraigo
vertical del ansia, granito, sombra, flecha, gritos en serie alrededor
de los zapatos, mareas de sangre en el tallo de las monedas,
terrible tránsito de una nebulosa a otra,
de una mueca a una fisura,
de un ataúd a un lecho, pesadillas de grotescas pupilas,
prolongados tendones de escaleras tiradas al vacío.
El desarraigo no cesa ni tiene sonda, ni campo abierto, salvo esta
oscuridad que se lleva en alma como aferrada enredadera.
El tiempo apaga, oscilando en su retama, estos pies de llevar años
pateando el asfalto de las sombras,
mordiendo la brisa que suspira en cada faro de pétalos:
llevo antiguas espinas en la bolsa del pantalón en vez de monedas,
jaguares de voz desconocida,
lejanías inundadas de agua llovida,
piedras agrias masticando las sienes, ojos que ya no son ojos
cuando la noche o el día los ciega, silencios de caballos,
truenos que crepitan arraigados a las manos, lealtades que se esfumaron
del pecho, como el vilano seco en medio de la breña.
Toda razón también es una calle incierta: desvela o socava
los murmullos, desdice a menudo, las escaleras del sueño,
extiende los quejidos que se inclinan en la tarde,
el charco de luz que sorben los ojos,
descuaja u oprime la anatomía de las palabras, encorva la lluvia
de los poros, enloquece las historias desérticas.
(de pronto siempre toca caminar contra la corriente de las miopías:
romper la cristalería de los deseos,
emigrar de los focos sucios y los semáforos,
sacudir el polvo de la zozobra en guacaladas, oír los extraños
cánticos de los minutos cuando el sofoco se vuelve agonía.
Me cuesta asombrarme frente a los juegos de la realidad objetiva:
—en realidad no sé cuáles son, ni qué alcances tiene el juego
de la utopía, los fuegos furtivos del orgasmo,
las imágenes de la lluvia conquistando la almohada, los felices
en establos sordos, la libertad que proclaman los techos,
los tantos sonidos anónimos en los armarios,
el agua bendita del sonambulismo.
De pronto ignoro los candiles de los días de la semana, los gemidos
prematuros, las ventanas oscuras del Bicentenario:
de pronto, tampoco entiendo la elocuencia del hollín, —embriagarme
lentamente en la hojarasca,
partir las aguas proféticas de la luz o simplemente quedarme aquí,
en el silencio gregario de los calcetines…)
Barataria, 08.III.2011
2 comentarios:
partir las aguas proféticas de la luz o simplemente quedarme aquí,
en el silencio gregario de los calcetines…)
Querido André:
Basta vernos mover el infinito con los ojos abiertos... bracear la inmensidad de los océanos cuando el mar esta en calma o enfurecido, basta tolerar el trote de las nubes y la lluvia golpeando las persianas... basta ver gotear los fluidos de la esperanza, basta cimbrarnos los orgasmos, basta comernos la distancia para masticar las fechas y besar los calendarios...
Te abrazo, Poeta.
Marina Centeno
Yucatán México
Gracias, poeta, por ese infinito de tus palabras, por los océanos de tus palpitaciones, por los cielos enfurecidos de la tolerancia.
Te abraza,
André Cruchaga
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