El poema sigue girando su horizonte de demonios, pulso en la cópula
abierta del respiro, espejo donde habita el cactus y la diáspora.
El prensapapel de la sed, dio origen a las primeras ventanas,
al aire robado por las sombras de la noche, remedo de balcones
en la zarza, donde el más antiguo ciego se hace presente.
SALT LAKE CITY, FOTO DE ANDRÉ CRUCHAGA
EL TRAPECIO EN LA MANO DEL POEMA
Nadie va dormido cuando camina hacia el patíbulo.
JONHN DONNE
El poema sigue girando su horizonte de demonios, pulso en la cópula
abierta del respiro, espejo donde habita el cactus y la diáspora.
El prensapapel de la sed, dio origen a las primeras ventanas,
al aire robado por las sombras de la noche, remedo de balcones
en la zarza, donde el más antiguo ciego se hace presente.
Nacen espermas en cada palabra del idioma,
nacen óvulos en cada palabra del idioma, —habitaciones en la lengua,
los ayeres en la llave de la boca, los diversos rostros del harapo
hacia el mentón oscuro de la tinta:
caminamos días enteros cada día, con la soga al cuello arreciando
la ceniza, el trastejado de los jardines comiendo musgo,
las calles de la luna secas de gemidos,
mientras las paredes muerden las ramas del grafiti, el oscuro cristal
del papel de china,
el papel oscuro del cirio en el velorio,
el papel oscuro del escaparate en el altar de los muertos,
los tropezones en el hocico del ayuno, la falta de liquidez de multitudes
de piernas sobre el frío horizonte de la intemperie.
En las manos del poema hay calles abandonadas: cambios de piel,
taburetes lamidos por la lengua,
muertos vaciados en los ojos, muñones de barcos a la deriva,
aquí golpeamos el ensimismamiento de la sal,
las rodillas negras del fracaso, el pezón sobre montañas de alfileres,
los orinaderos del invierno lavados por la lluvia del perro turbado
en su pesada alegría de pulgas,
de esquíelas, de gallinas cada vez picoteando el confeti del aire.
Cada vez son más ciertas las axilas en el transporte urbano, cada vez
se pudren los ojos en la rueda de la fortuna,
en el lirio que nace, parido de los cementerios: se hinca la sobriedad
de la piedra en la uña decantada de la ropa,
el falo recorriendo los armarios del ahogado tabaco de los pliegues,
del sahumerio encerrado en los ijares. —El cielo con máscaras
se volvió rincón de mi propia locura: después la sábana hastiada
de la hoja de papel en el cuaderno magullado de las pesadumbres,
después la oración secular de las calles, antorchas de astillas
de ocote, mejillas limitadas a las hojas, noches en las venas
con extrañas telarañas, perros oscuros, húmedos ladridos cuando
escribo el poema, el mundo al borde del suicidio, sosteniendo
la pesadilla del crucifijo, el amor blanco de la anatomía,
en el roto hilo del esperma.
(Cuando llueve se encabrita la aguja del frío: danza la saliva en la arcilla,
caen flechas de crujientes bailarinas, arrastra el mar todo el polvo
de los poros. Todo el tiempo de las pesadillas.)
Barataria, 14.III.2011
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