Sobre esta imagen del humo, sólo hay dilatados ponientes, ciegos
meridianos de cadáveres, manicomios de universal ceniza.
Aquí, repican cansados los caminos, los témpanos de las hormigas,
el invierno clavando cielos de cruces,
días escapando de las ramas de la sangre.
IMAGEN DEL HUMO
Abrir los ojos después de agitado sueño
penumbra de palabra que se busca y se rebusca…
ROBERTO ARMIJO
Sobre esta imagen del humo, sólo hay dilatados ponientes, ciegos
meridianos de cadáveres, manicomios de universal ceniza.
Aquí, repican cansados los caminos, los témpanos de las hormigas,
el invierno clavando cielos de cruces,
días escapando de las ramas de la sangre.
No tengo otra imagen sino ésta: —los espectros en la lengua
como tempestades respirando en las esquinas del eco, en esa oscuridad
donde los relojes sangran en silencio.
He jugado a caminar sin ninguna puerta abierta: la calle es clara
en la oscuridad del viento: existo cuando advierto crecida la hojarasca,
cuando he acumulado hasta el cuello, solsticios de balcones,
y los imposibles se vuelven inaplazable ternura:
ríos del estrépito, días de hongos y breñas, fugaz habitación
de nombres escritos con ceniza.
—Siempre llevo relámpagos en la oscuridad; pero eso nada importa:
en realidad, nada importa después de doblar las alas en la hamaca
de la tristeza, en la vivencia oscura de las almas.
La maleza tiene días poderosos: la vida siempre resulta
un viaje de melancolías, una dulce acidez en la boca,
una brasa sumergida en los ijares,
un siempre deslumbrarse en alfileres ciegos, en el estío de febriles
pómulos, un enorme magma que se hunde en el pecho.
Desconozco los parajes que carecen de melancolías: en cada noche
presiento los pensamientos aviesos, el alacrán en los rincones,
el gris que va descarnando los huesos, la neblina que pinta
de opacidad los sueños: el vuelo es incierto sin el arco iris,
por eso no me fío del clamor de ciertas sombras, del disfraz de pétalos,
del destello que tiembla en las pupilas.
El humo es denso en la duda despierta, en el espejo del engaño
que transcurre: nada cesa en la obscena oscuridad del ascua,
ramas de huesos desordenan mis cabellos,
la sombra de la llaga en la sombra reflejada del agua, la sombra
enroscada en los ramajes, el muro que levanta cirios,
venas quemadas en los ojos.
En el techo queman los murciélagos sus alas: la telaraña enredada
en su voz inoíble, la lágrima oscura que levita entre sombreros
difíciles de digerir, entre chubascos de emociones envejecidas.
De pronto azotan en la almohada irremediables embudos,
bostezos de puertas mortuorias,
miedos esféricos deambulando en la servilleta del desvelo:
hay tantos cielos como abismos. Alrededor de mis sienes, la memoria
con sus propios arcanos, quizá la Nada con sus perfumes
omnipotentes. Quizá el paisaje hundido en mi aliento.
Barataria, 06.III.2011
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