jueves, 12 de noviembre de 2009

Orilla interior-André Cruchaga

La luz ciega arde en los destellos del cuerpo.
Mientras el alba o el ocaso palpitan sus ardores

Ilustración:"Yunphotos"







Orilla interior





Desvelado, yací en los brazos de mi propio calor y escuché
una tormenta que paladeaba su condición de tormenta en la oscuridad invernal
WYSTAN HUGH AUDEN




Y ahora esta forma rutilante de envejecidos afanes.
Este cansado hilo del caos. —Sangre deshaciéndose
En el brazo de los muelles.
Ahora este cielo inabarcable de las mareas proscritas.
Las puertas diluidas con el vaho de los difuntos.
La ola que eleva su lengua sobre la ola.
Este cavar siempre en la penumbra de las enredaderas.
La luz ciega arde en los destellos del cuerpo.
Mientras el alba o el ocaso palpitan sus ardores.
En la orilla, la vida afina la espuma —hocicos amarillos
Lamen los límites, pájaros fugaces arden en las sábanas.
En cada seno erguido hay fumarolas encendiéndose.
Así, agónico el tino frente a los rostros, clavando las aldabas
Del azoro, mordiendo la ansiedad de los contrapesos.
Un día será el abrigo con sus póstumos olores,
El pétalo vital en la respiración, el rizo de agua en los faroles.
La rama de la sed busca el albergue del sueño:
—Digamos que el prisma donde ningún invierno es contrario.
En mi boca se humedecen las palabras
Y descienden para ser un territorio de guijarros.
En cada gruta del fuego, un puñado de rostros.
En cada orilla, el deseo de los pájaros invade el follaje.
En cada interior aterido, la noche saliendo de los costados.
En cada adiós, volcanes de silencio —ceniza en el firmamento.
En cada sonrisa, un trasfondo indecible —burbujas
Que el tacto no adivina; embudos que lamen el crujido.
Hay fisuras en el rostro que las lámparas no adivinan:
Retazos de puertas sin lectura, lápidas que revientan
En granizos, fragmentos de un territorio innominado.
De mirar el yo sigue expectante en el camino.
La tea orea en su fragua, esos revuelos ciegos de la orilla.
La habitación sin cobijo, la temperanza amurallada por la angustia.
A menudo uno se queda en los pantanos insolubles
De la gelatina, en el relieve del acantilado, en el litoral
De los pájaros sin poder alzar el vuelo.
Los peces del sueño mueren en el estanque de la sal.
Siempre los desencuentros están más próximos al viento.
A ese humo que vuelca en instantáneas el firmamento.
El extravío a menudo se bifurca en los sentidos, en los cuatro
Candiles de los puntos cardinales, en ese desfondo orgánico
Del sobresalto. Y a pesar de este aleteo y desvelo,
Y a pesar del sótano insepulto en que me encuentro,
Y a pesar de la laja que hace sangrar al alma,
Y a pesar de la inmune gracias de los ciegos,
Y a pesar de la criatura que soy, en el azoro de la ansiedad,
Y a pesar de los papiros en este sepia del respiro,
Y a pesar de la ola que llega hasta la ficción de las fronteras,
Y a pesar de esta tortura interior de las ráfaga,
Pie y rostro buscan los acertijos del azúcar, esa ahoga
Sin cruz de una mano…
Barataria, 04.XI.2009

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