sábado, 28 de noviembre de 2009

Nada importante

Todo termina en el hoy de los desasosiegos, en la saliva quemada
De la locura, en el clamor comparable a la melancolía.

Autor de la fotografía: Juan Rocher Larrea

Nada importante






Aquí abajo, no podemos fiamos de nadie; los mortales no acarician nunca
con dicha sincera;
incluso del olor de la flor brota un algo amargo;
ARTHUR RIMBAUD

Entonces, ya está visto:
hacer milagros no es cosa de santos
hoy en día.
PERE QUART





No me acostumbro a los horrores inválidos del sueño. Los espejismos
Detrás de los espejos y armarios son lugares tórridos.
No se puede confiar en las muletas, ni en los rosarios,
Ni en los centímetros
De la sed, ni en los astilleros donde el papel no vale nada.
Los bares no sólo vacían los bolsillos, sino los ojos y el esperma.
La hojarasca brota de ciertos pecados inconfesados en las hostias.
Lo cotidiano no tiene importancia para las cajas de seguridad:
—para ello están los tesoros crepitantes en las profundidades
Del mar, en los secretos no desvelados de los cirios.
Detrás de la vida, hay monstruos agazapados y al acecho
De cartas astrales, y de sonrientes hipotenusas.
Ya Rimbaud nos dice que no debemos fiarnos de nadie.
Hay gente que se mueve alrededor de ciertos círculos irreales.
Uno nunca sabe quien nos hará pedazos el cuerpo, las ideas o el alma.
Ahora mismo hay megalómanos en un País desterrado.
Hasta cuándo seremos perros de casa, sordomudos del azúcar.
La vida resulta más inocente sin pensamientos. Y claro,
Es preferible reir o decir a amén, a pensar.
Y acostumbrarse a lamerle los zapatos al sueño.
Ignoro qué lugares están fuera de esta órbita. Qué sangre harta
Resbala en las manos, qué miedos se ocultan en las miradas
De la noche con muñones y sotanas negras.
Cuando hierve el desmán de los juguetes, son preferibles
Los insecticidas, y no precisamente los analgésicos.
Para invocar a los ángeles guardianes hay que tener en las manos
Un matamoscas, o un spray para rociar la atmósfera.
Uno transpira más de lo necesario en las calles y mercados.
Los ojos se nos cansan sobre la mesa; hay servilletas manchadas
Con anhelos y no con tinta y poemas.
Las manos se nos caen sobre platos de piedra. —La miseria no sólo
Es falta de ajos y cebollas, sino esa falta de sol en la memoria.
Ahora la realidad es una quietud de amarillos pétalos.
Todo termina en el hoy de los desasosiegos, en la saliva quemada
De la locura, en el clamor comparable a la melancolía.
Toca empezar a escribir los epitafios del perfume. Quizá, también,
Subir las escaleras, hasta romper las huellas dactilares.
Mala es la semana con tantos Sopranos. Malo es inventar
Naturalezas muertas en siglos oscuros…
Barataria, 25.XI.2009

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