Enfrente de mí el luto de los féretros.
Ilustración: emudesc.net/osamentas-humanas
Cadáveres frente a mis ojos
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte…
Por culpa de la muerte tengo hojas secas en mis manos.
Enfrente de mí el luto de los féretros. Alcoholes del desencanto.
Cucharadas de ceniza en vez de azúcar.
Hollín bañando los ceniceros de mis ojos, lluvia de soles
Dormidos en mis sienes.
Hay frases y palabras en el cascarón de mis huesos que mueren.
Hay empedrados bañados por la sangre,
Niños envueltos en el bolsillo de la tierra.
Carretas marchitas en la lengua de bueyes moribundos.
Tantas cosas como el rastrillo de la muerte. Como el hambre
Titilante de los amantes con sus encabritados poros de Celsius.
Cuando duermo, por ejemplo, desconfío de las luces.
La almohada me empapa de ciertos sopores parecidos a la lluvia.
Claro que esa lluvia es densa y rauda.
El ladrido de los perros muerde el circo de mis sienes.
[No sé si a todos les pasa cuando están enfrente de la muerte.
Cuando le das gracias que venga en vez de morir como esclavo:
Sin distinguirte sobre los taludes devorados por la erosión].
En las calles pululan los armarios grises de esta naturaleza.
Y hemos llegado a un punto donde debemos callar
Para no desintegrarnos de un plumazo.
No son fruto de locos estas ideas que colisionan con los mosquitos.
Ya es cierta la huida sobre espejos de acantilados,
Con cinchos inundados de rencor, con colibríes de espuma.
Cuando duermo me olvido de los petates y el sombrero de zancudos.
Con mis tirantes de corduroy amarro las estatuas y cuelgo
Mis zapatos en los nichos, mi ropa transformada en paraguas.
Uno se acostumbra a los líquenes de sal alrededor de los mausoleos.
A los fósforos quemados de los ojos,
A la sartén huérfana de vajilla. Al alambre de púes alrededor
De la comida, a estar muerto indefinidamente sin esperar
La resurrección como el huevo de los relojes que inflan las moscas.
En la tempestad es bueno tener un manojo de ajos y el crucifijo
Hecho de sotanas viejas.
Nadie deja de temerle aunque la ande en los dientes y la mastique
Todo el tiempo hasta perderle el sabor, salvo la saliva espesa.
En el lago de las sienes se lavan los huesos —Desde luego, es otra
Forma de purificar las navajas o las jaulas.
Pasadas las moscas, lavamos el charco de las horas con agua
Bendita para que el cartero no se ponga los anteojos.
Por culpa de la muerte este cascabel de ceniza disparando su veneno.
Barataria, 24.XI.2009
Ilustración: emudesc.net/osamentas-humanas
Cadáveres frente a mis ojos
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte…
por culpa también de este nuestro mundo humano
que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz.
PIER PAOLO PASOLINI
…me moriré de risa ante el retrato de Leonardo que tengoe
PIER PAOLO PASOLINI
…me moriré de risa ante el retrato de Leonardo que tengoe
nfrente de mi cadáver.
ALMUDENA GUZMÁN
ALMUDENA GUZMÁN
Por culpa de la muerte tengo hojas secas en mis manos.
Enfrente de mí el luto de los féretros. Alcoholes del desencanto.
Cucharadas de ceniza en vez de azúcar.
Hollín bañando los ceniceros de mis ojos, lluvia de soles
Dormidos en mis sienes.
Hay frases y palabras en el cascarón de mis huesos que mueren.
Hay empedrados bañados por la sangre,
Niños envueltos en el bolsillo de la tierra.
Carretas marchitas en la lengua de bueyes moribundos.
Tantas cosas como el rastrillo de la muerte. Como el hambre
Titilante de los amantes con sus encabritados poros de Celsius.
Cuando duermo, por ejemplo, desconfío de las luces.
La almohada me empapa de ciertos sopores parecidos a la lluvia.
Claro que esa lluvia es densa y rauda.
El ladrido de los perros muerde el circo de mis sienes.
[No sé si a todos les pasa cuando están enfrente de la muerte.
Cuando le das gracias que venga en vez de morir como esclavo:
Sin distinguirte sobre los taludes devorados por la erosión].
En las calles pululan los armarios grises de esta naturaleza.
Y hemos llegado a un punto donde debemos callar
Para no desintegrarnos de un plumazo.
No son fruto de locos estas ideas que colisionan con los mosquitos.
Ya es cierta la huida sobre espejos de acantilados,
Con cinchos inundados de rencor, con colibríes de espuma.
Cuando duermo me olvido de los petates y el sombrero de zancudos.
Con mis tirantes de corduroy amarro las estatuas y cuelgo
Mis zapatos en los nichos, mi ropa transformada en paraguas.
Uno se acostumbra a los líquenes de sal alrededor de los mausoleos.
A los fósforos quemados de los ojos,
A la sartén huérfana de vajilla. Al alambre de púes alrededor
De la comida, a estar muerto indefinidamente sin esperar
La resurrección como el huevo de los relojes que inflan las moscas.
En la tempestad es bueno tener un manojo de ajos y el crucifijo
Hecho de sotanas viejas.
Nadie deja de temerle aunque la ande en los dientes y la mastique
Todo el tiempo hasta perderle el sabor, salvo la saliva espesa.
En el lago de las sienes se lavan los huesos —Desde luego, es otra
Forma de purificar las navajas o las jaulas.
Pasadas las moscas, lavamos el charco de las horas con agua
Bendita para que el cartero no se ponga los anteojos.
Por culpa de la muerte este cascabel de ceniza disparando su veneno.
Barataria, 24.XI.2009
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