EMBUSTES
Ahora solo cosecho sombras en la metamorfosis de la
tarde.
Todo revienta en el puñal de los remordimientos,
un aquí que aterra como un pájaro borrado de algún
epitafio.
Supongo que es breve el filo del pecho en una ventana,
una piel rota que ya no aspira a nada,
un vaso desplomado en lamento, unos brazos que
estallan
en desdén en medio de la lección más colérica de los
dientes.
El ala se rompe en el quinqué frío del cuerpo.
Un día hablamos de la resina del follaje y la negación
al miedo,
pero al cabo, incineramos la voz.
Torpemente nos mira la piedra del espejo, el crimen
que duerme junto a nosotros, el hambre hostil del
polvo,
el crepúsculo seminal del galope fenecido.
Nunca faltaron las excusas. Lo supe siempre al dormir.
En el trasmundo de las palabras, el panal de la noche
y la retórica
de los cementerios sobre el cuerpo.
Al bajar a la almohada, leemos el cuaderno de piel y
el nido
de embriaguez que fundó la espera.
Todo fue, claro, una forma de robarle los minutos a la
deshora.
.
Del libro: “Invención de la espera”, 2020
©André Cruchaga
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