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MADURACIÓN DE LA HUÍDA
A Isabel Rezmo
El
cuerpo apenas en su maduración de huidas. Ahora hondo de mar
y de
escombros, clavado en los resortes de los vendavales,
herético
en el suplicio: en lo inminente, resultan excesivas las incertidumbres
o el
doblez de sedimentos acumulados en la boca.
Uno
espera ver al pájaro sobre la rama, ese ardor alígero de su sombra.
Cabecean
las semanas sobre la sed indeleble del granito.
En esta
fuga de relentes, solo van quedando las excavaciones del sendero,
y la
húmeda carne del cántaro en su rito obediente.
Al pie
del ojo, sin embargo, los altos adobes del horizonte, las sombras unánimes
de
las bocas, el monótono clavo, fijo, del sinfín.
Uno
muerde los rincones del desasosiego hasta develar el umbral de la puerta
de las
voces enfurecidas que nos nombran. (Ignoro
si hay imágenes piadosas
en los incendios; después de todo, el tiempo
también nos roba las palabras;
huimos empalagados de lo abominable.
O hundimos la suma de nosotros en este mundo
de sombras.)
En las
palabras que habitan la memoria, parpadean los grises del Paraíso,
junto
con las pringas de los relámpagos. Siempre nos sucede el mundo.
No
siempre uno es consciente de las amputaciones del alma, del ciego sol
del
mediodía, de los huracanes que acompañan la brasa.
Ante la
huella de los ríos andados, el encaje de la noche asomándose
a la
flama apagada de las cicatrices, a la convulsa respiración de escapularios.
Mientras
calla el silencio, uno yuxtapone las fotografías del olvido.
Barataria,
18.II.2017
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