Imagen René Magritte
MUNDO INVISIBLE
Por más que escondamos la ropa,
el mundo es mucho más visible:
oscuras rocas muerden el horizonte oscuro de los sueños,
de pronto la sed se nos convierte en un desierto,
las mismas oscilaciones del pulso en los dedos de las manos.
¿Dónde está ese mundo invisible que seguramente alguien invoca?
No existe.
En un santiamén todo el alumbrado por el destrozo:
hay ecos sin estupor en el paisaje,
cansancios que atraviesan los ojos y la espalda,
reincidimos en las lámparas acuáticas del suspiro,
quizá en un afán donde sólo somos huéspedes.
Nadie es invisible.
Y más, en este hemisferio contaminado de sombrillas,
de zonas oscuras donde trepan los oídos
como un vertedero de extenuante resplandor.
A ratos nos volvemos guerreros en medio de sombras inasibles,
elocuentes pétalos en ventanas oscuras,
tragaluces de las más rigurosas tribunas.
Entre voces anónimas también aprendemos a liquidar
nuestro ropero,
la claridad no evapora las cortinas,
sucede todo lo contrario;
tampoco las hace invisibles aunque así aparezcan
los murciélagos en las esquinas.
Uno cree,
a fin de cuentas que la memoria es un cofre cerrado
donde se puede confiar el pálpito. No es cierto:
todo está allí desollando nuestras sombras,
todo acaba siendo tórrida alegría, pequeños disparos
en la conciencia. Mientras el tiempo pasa,
el ojo profundo de las cosas nos deslumbra hasta el punto
de convertirse en escalera surrealista.
Barataria, 14.VIII.2012
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