Hoy, todas las concavidades son insaciables: palabras quemadas
en la desnudez de las sienes, semejantes a la escoria de otros días,
iguales al tugurio donde permanecen mis zapatos.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
INSOMNIO CON TORMENTA
Perteneces -lo sabes- a esa raza estafada
que el dolor acaricia en los andenes.
ÁNGELES MORA
Hoy, bordeando las calles del insomnio bajo la tormenta, la luz
fugitiva entre la breña, el báculo en el barro de cada batalla,
náufrago al filo de mis propias palabras: debajo de mí el ácido
de los pétalos ciegos, la entraña al punto de volverse inerme.
Hoy, igual que ayer, con todo el ungüento del odio en los poros,
la herida cada vez más cerca de lo irreparable,
lúgubre la sed en el cerrojo, los fueros fugaces de la inmortalidad,
este recuerdo siempre de manos furiosas,
pedestal del gallo en el sollozo de la noche de todos los días,
de todas las semanas: los cirios empapan de pus
la hoguera que me vuelve penitente, sin dejar de ser el suplicio,
la indigencia viva que se gesta en cada crepúsculo.
Hoy no duermo. En realidad hace tiempos que no duermo:
sé que es injusto que se quieran perpetuar los pretéritos, las sombras
superpuestas en el sudor, hasta convertirse en voraz espuma.
(Hoy, nosotros, en el desvelo de cada palabra;
no hay oráculos para las horas de fuego, ni fuego en el cuaderno
blanco del sueño, sino obstinados escombros, balbucientes sombras,
en el odre del reloj donde caben
todos los tentáculos de la supervivencia, los oscuros ruidos
de la respiración al punto de trasegar calles desiertas hechas
para ciegos transeúntes, sinuosa espera en esta vaguedad de la madera.
Hoy, la carroña en la boca como una maquinación perversa
de la historia que vivimos y compartimos sin antídotos.)
La perseverancia de la lluvia duele mientras el insomnio subvierte
toda realidad posible: no hay tiempo para poner en orden
las premoniciones, ni lavar la memoria con agua bendita, ni sacar
el escapulario, ni rezar a la diestra de lo inhóspito,
ni volver a la estación difusa de las vitrinas,
ni abrir el zaguán del hambre en medio de tanta sordidez,
ni guardar la alacena trashumante del azúcar,
ni guardar la mazorca insoslayable en el tabanco junto al hollín
que ha subido como cascos aletargados, de aguas grises y señuelos.
Hoy, todas las concavidades son insaciables: palabras quemadas
en la desnudez de las sienes, semejantes a la escoria de otros días,
iguales al tugurio donde permanecen mis zapatos.
Pese a este tedio de almohadas, pese al amanecer sin jadeos,
pese a lo extenuante del aliento,
pese a esta batalla de asedios, al harapo merodeando al sueño,
a la fruta tórrida envuelta en osamentas de antiguas chimeneas,
el insomnio, incólume, atraviesa los desperdicios que deja el extravío,
el tiempo dilatado en la penumbra, este terror sinfín de lo amorfo.
El insomnio sigue: no es falsa mi demencia, ni la paradoja
del próximo poema necesariamente demencial como el tropel
de cualquier asimetría, de cualquier barco en invierno.
Barataria, octubre de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario