No se trata sólo de descifrar la entumecida viga en el ojo,
sino derrumbar la madera oscura de todos estos días, los de siempre,
el calendario completo que huele a marea putrefacta;
ciego el aire y ciega la luz. Ciega la piedra con su desnudez
absoluta. Ciega la rotación de la ventana en lo invisible,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net
LLAVE DE LAS SOMBRAS
Busco la piedra de los poemas.
Busco algo que no huya de mi sombra
y en su paz disperse el eco.
LUIS ALBERTO AMBROGIO
A cada momento las sombras me respiran enmoheciendo
las lavanderías de la lluvia, mordiendo las ventanas
como llaves de ceniza en la pesadumbre del búho.
Mientras amanece llueve en los ojos. Llueve y se acobardan
los pájaros, —vos, sabés que las sombras huelen a penumbra:
la polilla de la fatiga, el smog de los vitrales muerden esta edad
madura de la sombra con el ansia de calles de ceniza.
No se trata sólo de descifrar la entumecida viga en el ojo,
sino derrumbar la madera oscura de todos estos días, los de siempre,
el calendario completo que huele a marea putrefacta;
ciego el aire y ciega la luz. Ciega la piedra con su desnudez
absoluta. Ciega la rotación de la ventana en lo invisible,
rapaz la pesadilla del aceite del plumaje, saliva del calambre
en la epidemia del relieve,
aleteo a secas cuando las temperaturas agrietan las pupilas.
Busco la llave para hacerle una escisión al granito: la lluvia
ha hecho cicatrices hondas, me detengo ante el inminente naufragio,
del girasol que deshace los colores, junto a la verja queda
del oráculo. ¿Cuántas veces debo perder para ganar la claridad,
domesticar la sequía de las tardes, evitar la codicia de los pies,
llegar al poema como un tren infinito?
—Debo pensar que la noche es una historia, nuestra historia
cuyo oficio es la ansiedad, el frío secular, el fuego atizado que chamusca
la lengua, el taller del pecho sin calibrar los metales.
(Los meses a menudo tienen lenguaje de púas: cada estación
acompaña los miedos, gavetas pululando sin centavos,
migas de un paladar sin azúcar. Bolsillos con difíciles candados.
¿Qué llave abrirá la canela de las flautas, esta sombra repetida
de zozobras, el mapa hurtado a la inocencia,
los pañuelos que incursionan en la salmuera, la llave que no abre
ahora ni siquiera la limosna?
Partir, hoy, es un imperativo: avanzan los sonambulismos
con ritmo de pecho, aturde el azogue de la tristeza, el desorden,
el caos, el humo agrio de la densidad del insomnio.)
A la mitad del camino andado, falta la otra mitad: no dejan
de estar presentes, sepulcro y barnices, destellos de saliva,
y aquel sitio donde cuelgan las llaves de las sombras: las sábanas
torpes del propio hervor, las impurezas lamiendo la conciencia,
ese baile de serpientes que desbordan la patria y mi materia.
Busco la puerta desde mi propia trinchera…
Barataria, octubre de 2011
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