Después de cada intimidad vienen los vértigos de la conciencia,
los despojos inverosímiles del desgarramiento, los laberintos
amargos que también invaden a la ciudad,
aquella devoción caminando sola por las calles: toda la existencia
duele con sus melancolías, duelen las noches debajo...
Imagen tomada de Miswallpapers.net
NUDO EN LA GARGANTA
Abismo del lenguaje, elíptica intemperie del cuaderno
donde escribo, el charco de tinta disperso en las colillas,
asunción de la piedra en la garganta, extraños pretéritos
jugando a los contrarios en medio de cortinas hirvientes de ceniza,
junto a los mástiles que las pupilas enarbolan,
como banderas ciegas, insomnes sostenes en los pájaros.
A través de la garganta pasa la gota de sangre de la noche,
hacia los viejos recuerdos de la cal, porque allí,
en la arena dispersa, en el semen del torbellino, el eje del minuto
muerde cada brasa inacabada,
la desnudez confiada que precede a cada palabra,
las extrañas multiplicaciones de la sordidez, a veces impalpables,
dispersas como en un túnel de violentas roturas.
Después de cada intimidad vienen los vértigos de la conciencia,
los despojos inverosímiles del desgarramiento, los laberintos
amargos que también invaden a la ciudad,
aquella devoción caminando sola por las calles: toda la existencia
duele con sus melancolías, duelen las noches debajo
de los párpados, los deliberados juegos de las brasas y abrazos,
la percepción del espejo que se adentra en las raíces,
y hasta el barniz de las sombras, costumbre de la noche.
Todo es ahí filo de círculos hondos,
niebla que va arrastrando puertas hasta cerrarlas, evidencia
donde late la sal de los cadáveres, hasta volverse incertidumbre,
cada consumación de la ceniza, la floración trágica del sueño.
Todo a su vez es ironía en las arenas movedizas de la ferocidad:
la boca insiste en lo mismo, los alrededores invadidos
por la piedra del abismo, la fatiga íntima de la memoria,
los signos del presente que han borrado los puertos
y emergen, como fábula, libélulas envejecidas,
palabras que hieren y sangran, sueños de sobremesa,
arpones de irisados murciélagos,
dobleces de rodilla en la amnesia rota de las cartas,
donde yacía la clave de los sombreros, el principio de las llaves,
la risa que guiaba el interior de la tierra.
Las palabras encarnadas hienden la saliva, la sopa almidonada
de la noche en el polen disecado del zurcido, las bisuterías
que pronto tienen en el mercado encrespadas rentas.
Ahora sucede que el desierto y los páramos se yerguen
como jardines exóticos y se nos vende como retribución del ala,
aún así, amanece en las sombras, aunque prevalezca lo impávido
y uno no entienda, de pronto, tanta insignificancia,
—uno se devana los sesos queriendo entender tanta megalomanía,
pese al vicio de lo execrable, del vejamen que le da paso a lo insano,
de la mejilla anodina que nos parece mansa, aunque sabemos
que en esencia es la medialuz de la toxina…
Barataria, octubre de 2011
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