Hay días como un libro sin letras,
como un ciego sin bastón, como la brisa que se pierde en el tropel
del sonido: conciencia donde no hay equilibrio, ni piedras que sostengan
los arranques, ni un techo para desposarlo.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
INTIMIDAD DEL FRÍO
Habito en cada función del desvelo, el frío desmedido que me viene
de la desnudez del subsuelo, umbral de las tormentas.
Frente al desatino, la cama sobrevive dispuesta a la desmedida
respiración de los poros que tiritan con letreros de sal;
nada me resulta más reconfortante que este frío secular.
Supongo que ya es destino preservar el ahogo en que permanezco;
de otra forma pareciera que el tiempo no existe, ni podría
desenfundar el arma vital del enjambre.
Aquí junto al comal de las luciérnagas, precipito los deseos:
espejo sobre espejo, las manos abriéndose al olor, libro ciego,
acaso, de la propia conciencia que cubre la ceniza, lo que será
después, cuando el aliento opaque las fotografías.
Sigue el frío en el agua del alfabeto cuando no hay un cuaderno
que herede la tinta, cuando los rigores de la noche despuntan
en aguijones y se sangra como un pájaro aterido.
A veces las palabras se vuelven un atolladero, golpe de cebollas,
sediciosa mazmorra para el entendimiento;
la poca claridad entumece los poros, el aliento hendido
supura sombras de no sé qué tapiales.
(Siempre el frío habla: me respira a marejadas el pájaro
de la orfandad con sus harapos sordos de sobreviviente, en qué lugar
los anhelos se vuelven girasoles y no panal en el tronco de un árbol;
uno no puede soportar ciertos fríos, los rostros inhóspitos
de los días, la oscuridad del vinagre en las venas,
o la breña que sólo hace sangrar los calcañales.
Hay fríos como la voluntad derribada de un árbol, como la queja
en un cielo de cardos;
hay realidades que están allí, aunque prolonguen la angustia,
aunque embistan la madera, y pongan de cabeza al mundo.)
La vigilia reina en este desatino inquietante: porque, en cierto modo,
ésta también tiene algo de oscuridad, como la falta de guarida
o el exceso de hambre en la conciencia.
Hay días en que el frío es muerte: muerte porfiada, relieve
donde no se ve el horizonte, deseos de creciente osamenta.
Hay días como un libro sin letras,
como un ciego sin bastón, como la brisa que se pierde en el tropel
del sonido: conciencia donde no hay equilibrio, ni piedras que sostengan
los arranques, ni un techo para desposarlo.
A veces el frío es la misma imagen del cuerpo: síntoma del morir,
cansancio de telarañas, sábana del infierno, zumo que se esparce
en las cataras del grito. Hierve el frío como el látigo del verdugo
en la gruesa sal de los golpes, en las manos que ya no saben
de jardines, sino de extraños dientes en desbandada.
Como el tiempo este frío, se rehace tal la materia y sus inventarios.
Barataria, octubre de 2011
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