Atizo la llama del candil a la hora de acechar la tinta del cuaderno,
sobre el césped, la ardilla el aliento, la necesidad de pegar
los pedazos de los platos rotos, tocar la piedra del ijar,
entretenerme en el bar de las plenarias legislativas, caminar
sobre el espejo mientras llueve y el barro se hace fango.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
RELECTURA DEL ALIENTO
En la armonía de la alacena, la luna llena alumbra en las manos.
En la antesala del alba, la hierbabuena del rocío, el fósforo que trina,
como otro ojo en las pupilas: releo el aliento al abrirse el pulso.
Día a día los barcos en las gaviotas, los trenes en el ala,
casi como una luz alada que nunca termina, sino en el infinito;
en el hervor del poema, todos los sueños: el aleteo franco de la tinta,
cuesta arriba la página en el hambre, el zanco de las líneas
en el alfabeto, como el agua blanca que se cuela en la garganta.
El trajín diario siempre resulta una suerte de sorpresa:
sal, sangre y azúcar, le dan vida al liento desde las pastos del gozo.
Y es así como el espejo transparenta el presente del poema,
la querencia al mantel de las campánulas,
los veleros que internan en las sienes la brecha necesaria
para levantar cada día, la hoguera derramada en la mesa.
A veces hay sombras desvaídas que se vuelven invisibles: sombras
donde se congrega el umbral del aliento;
otros quizá no hagan este ejercicio de transparencia y quemen
a temprana hora los manuscritos del alma,
ardan en el susurro de las calles del tiempo con alma de siervos.
(En la humedad, es propicio lavar la saliva de las paredes,
ofrecer la mano sin manchas y sin miedo al prójimo,
mirar el límite del tobogán del pájaro estacionado en la esquina
de la hoja que se columpia en el evangelio del sexo;
hemos vivido a merced de la noche dejándonos por la mirilla
de las sombras, sin más alcoba que la demencia del País en agonía;
ahora toca desaprender los crepúsculos,
y matar al lobo gris de los recuerdos, la última tumba de los fantasmas
al pie del cielo y los extraños brebajes de la historia.)
Cada relectura nos da la luz necesaria para caminar de nuevo
sobre la desbandada de ventanas que pasa por la rendija del aliento;
veo el subsuelo de la conciencia en perpetuo asedio,
tirada por los caballos del sueño, cascos de póstumo ardimiento,
relojes con la pus a flor del metal,
absurdos que lamen las puntas de las aletas de los peces.
Atizo la llama del candil a la hora de acechar la tinta del cuaderno,
sobre el césped, la ardilla el aliento, la necesidad de pegar
los pedazos de los platos rotos, tocar la piedra del ijar,
entretenerme en el bar de las plenarias legislativas, caminar
sobre el espejo mientras llueve y el barro se hace fango.
Quiero releer de nuevo todo el planeta: me seducen los ciegos
amantes que prolongan su agonía en el pañuelo, los falsos profetas
que aúllan en el barranco de la fosa común de los desamparados.
Me seduce la desnudez, ¿dónde estás Daphe, con tus largas trenzas
amarrando al borracho del deseo?
Sobre la mesa un vaso con agua como el pozo de los deseos…
Barataria, octubre de 2011
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