jueves, 20 de octubre de 2011

DELETREO DEL JÚBILO


A menudo tengo que olvidarme de las palabras, de mi propia sombra,
comenzar hoy a olvidar cansado de la noche,
cuando hay cansancio y silban los ataúdes más adustos, precarios,
que he conocido en el litoral de la ceniza.
Fotografía de Alfonso Aguirre




DELETREO DEL JÚBILO




…afirmo que el olvido es fuerte
pues hace no morir lo que vivimos
y vivir, olvidados, nuestra muerte…
WERNER OVALLE LÓPEZ




Digamos que voy hacia la luz. Mis tantas noches terminaron
al momento de sentir la transparencia, el continuo devaneo
del crepúsculo con alguna herida del pasado.
Allí en el deletreo derraman los jardines las aguas solares
del relámpago, a ras de la piedra el sosiego del caracol adherido
al tintineo de las aguas de la proeza.
Ya he olvidado, como el loco, las escaleras de la memoria,
aquellos santuarios oscuros del azogue, el eco a quemarropa
de ser cordero del grito, en medio de minutos agazapados.
La razón siempre la tiene el júbilo: y sin embargo, nos atrapa el caos
y ahoga la boca y vuelve indecibles las calles,
y da vueltas el trompo del alma y combate la noche y el día,
y nunca concluye la lucha de contrarios, y la muerte que derrama
su propio incienso y sus cruces y sus poderes terrenales.

A menudo tengo que olvidarme de las palabras, de mi propia sombra,
comenzar hoy a olvidar cansado de la noche,
cuando hay cansancio y silban los ataúdes más adustos, precarios,
que he conocido en el litoral de la ceniza.
Ahora voy a solas, en los hombros mi propia historia: las palabras
transformadas en boca, la verdad ineludible de los hechos,
diversos espejos de la página: todo emerge de ciertos acordeones
reveladores, los símbolos tienen su propia esencia,
dicen lo que las campanas al escucharlas en silencio, en la propia
voz de lo telúrico, río abajo del arado lavado en el surco.

La sed me mueve a tirar botellas al mar, el paraguas me reinventa
el inventario de la lluvia: las calles malas de este mundo,
el camino obtuso de las sombras consumadas en el devenir
de las palabras escritas en las paredes, de la estación violenta
de la piel. He vivido en ese otro mundo donde ninguna bestia redime
su oscura dentadura, la miseria humana a menudo es infinita.

Lo es porque también el mal es una biblioteca con discursos sutiles;
entre estos dos mundos de solapada paciencia,
trato de ganarle el sentido a las parábolas, revisar las analogías,
permanecer en el equilibrio de la lectura,
escribir como un sobreviviente resuelto a cambiar la tinta del tintero;
y no resulta fácil reinventarse dentro de la nada, entre mundos
en tránsito y caóticos, entre labios y bocas con estigmas.
Al final, a cada sombra le estimulo su propia hambre: nuestra
historia está llena de manchas y osamentas, y repetirlo es seguir
el carnaval patético del disfraz. Fue suficiente la penumbra.
Toca, ahora, nombrar el blanco del libro de la vida, con sus renglones
negros de pájaros hasta que de nuevo comience el tiempo.

Barataria, octubre de 2011

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