Detrás de cada palabra, hay ciudades envejeciendo
en su trinchera, ciudades que gritan como en los tiempos
sin estrellas ni luna; las zanjas sangran estaciones oscuras.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
CERTIDUMBRES
Me pudro con la hábil certidumbre de que tu amor y mi tristeza son todo
lo que me estremecen, lo que existe.
JOSÉ ALBERTO VELÁZQUEZ LÓPEZ
Detrás de cada palabra, hay ciudades envejeciendo
en su trinchera, ciudades que gritan como en los tiempos
sin estrellas ni luna; las zanjas sangran estaciones oscuras.
Alguien nos vigila después de todo,
dejo el árbol metálico de los secretos: un día jugaré al escondite
del humo, a los caballos remotos del grito,
sin que me alcance la pena de muerte de los cementerios.
Ansío un tintero con abejas sobre la página en blanco
que han hecho las telarañas en el sombrero sin dintel de las puertas;
creo ver al vacío sin palabras,
muero viendo el mismo petate oscuro de la desnudez de ciertos
artefactos: ¿Así siempre hay que recorrer el césped?
¿Por qué navegar en las aguas del desierto todos los días,
el mástil agujereado por las contorsiones del viento?
De pronto se acabó la mecha de la tinta y dejaron de existir
las palabras, el espejo envejecido de los resortes.
Toda imagen es la imagen del conjuro o la alegoría que cruza
nuestras sienes; los almácigos son experimentos de la respiración:
descubrimos los surcos siempre y cuando amanezca
y en el techo el musgo anuncie el albor;
nadie sale ileso de la luz o la oscuridad: la desnudez
es la propia voz del ojo, el País quemado que amanece en la impunidad,
las albañilerías con su oscura argamasa de cemento y arena
y palabras goteando en las sisas.
Cuando el agua de la tormenta cubre los cuerpos,
el estío se pierde en las instantáneas del aire como el murmullo
bajo el silencio de la cama oculta del horizonte.
Cuando la alabanza no nos llega, el presente nos parece sepultura:
preferimos cultivar estos hábitos hasta el hartazgo, a ser realistas
y vivir lo que la pesca disponga.
solemos, como dijo el marqués de Santillana: “hartar el puerco
y dar los pies por Dios.” En la angosta hondura de los relámpagos,
también se pueden atar los cordeles de la claridad;
pues que siendo la hoguera nuestra propia sangre, el respiro,
no queda otra opción que pulverizar los crepúsculos.
(En el baldío de la página, no hay aperos que horaden la piedra,
Ni lentejas, sólo el callado ombligo de lo invisible, el mar, la respiración,
apacentadas, la memoria al fondo de los barcos…)
Barataria, 05.XI.2011
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