En la oscuridad, es la oscuridad la que se expone en mis pupilas;
quizá nada pueda verse después de todo el latido y la avidez
luminosa del aliento. Los sueños de la audacia al desnudo,
la tierra que se vuelve frágil al acecho del invierno: hemos cancelado
mesa y sobremesa y puertas y techos y balcones.
Imagen tomada de la red
CANCELACIÓN DE LA FOSFORESCENCIA
To the outside, the dead leaves, they all blow (alive is very poetic)
For'e (before) they died had trees to hang their hope…
BAND OF HORSES
En la oscuridad, es la oscuridad la que se expone en mis pupilas;
quizá nada pueda verse después de todo el latido y la avidez
luminosa del aliento. Los sueños de la audacia al desnudo,
la tierra que se vuelve frágil al acecho del invierno: hemos cancelado
mesa y sobremesa y puertas y techos y balcones. No sé si hay en algún
lugar del mundo empréstitos para la luz, inventariar los relojes
en la imaginación, quitarle el monopolio a la libélulas,
surtir el pecho de palabras diáfanas después de deambular a oscuras
en la ciudad después que ha perdido sus faroles y ahora sus calles
están proscritas, tomadas por catres desvencijados.
Resulta temerario el alfabeto subterráneo de las criptas en plena ciudad,
sobre todo cuando a la par de la violencia está el catecismo,
los salmos, los aforismos nacidos de los burdeles, los incontables
machetes en medio de la oscuridad. La noche es la noche
en el petate de las aceras, donde nadie camina sin tropezar con tanto
tiliche; de pronto se aspiran navajas de sigilosa pandemia,
pasiones de nudosos pies, huéspedes emergidos de los insólito,
—hoy la boca tiene fatiga de regazos.
De cierto caminamos diariamente a la par de nuestro enemigo;
es interminable el río de ceniza, las monedas pululando
en los tragantes, la brusca fragancia de las aguas negras, el frasco
de píldoras de felicidad que nos ofrece el silencio, la brasa gris de la Patria
en el cieno: (amo sus cansadas escaleras, la altivez proscrita de la luz,
la cancelación de la alegría, pues ahora, nos acompaña la plaza
con su esbelto caos: opacos atuendos de la llaga, carcomas, pasamontañas,
llantas incendiadas al pie de las ventanas de este tiempo maloliente.)
Amo este suelo de dura Babilonia. Amo este hierro de tristeza
Apostado en el suspiro, —ahí, en lo que puede ser fosforescencia,
está la oscuridad como verdad inapelable.
Algo se quebró en esta Tierra, que ahora se desdibuja si se toca;
algo ya no es que duele su imagen diminuta, la luz tarda, abierta
a la noche. Miramos la ropa del horizonte arder en llamas. En realidad,
si no lo es, se insinúa la ceniza, apoteósica, hiriente de dientes
y archivos secretos.
—¿Cuándo sabremos que en las esquinas no nos vigila el hampa,
ni las paredes sean inquisidores cuchillos, ni la mano cierra el puño
de las sombras, la gota de sal sobre la piedra o el cemento
o el asfalto? Cancelamos, por cierto, la fraternidad para darle paso
al solitario candil del duelo, al tufo que se expande como ráfaga
en toda la ciudad.
(Todo se apoya en códigos siniestros: ningún mensaje es halagüeño
entre bambalinas; ningún grito puede volverse apócrifo.
Habrá, entonces, que reinventar las semillas, y hacer de la luz
un camino de alegría y no un invernadero para escribir epitafios.
Habrá que reescribirse el día y la Patria con luciérnagas.)
Barataria, mayo de 2011
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