Sobre la intensidad del mundo, el escalofrío del animal solitario:
el alimento de sombra y memoria, la sombra sin reparo jugando
desde los pies hasta las sienes, decreciendo en el desparpajo
de la respiración: empiezo a duplicar las ausencias en el espejo
de la noche, a quitarme los excesos que ocupan mis huesos,...
Imagen tomada de la red
ARS MORIENDI
¿Por qué buscan tus ojos colmados
ausentes?
¿Por qué duermen hurañas gaviotas
bajo tus sienes?
CLAUDIA LARS, [en FÁBULA DE UNA VERDAD]
Sobre la intensidad del mundo, el escalofrío del animal solitario:
el alimento de sombra y memoria, la sombra sin reparo jugando
desde los pies hasta las sienes, decreciendo en el desparpajo
de la respiración: empiezo a duplicar las ausencias en el espejo
de la noche, a quitarme los excesos que ocupan mis huesos, las calles,
las palabras inmóviles. El tul de la materia se deja poco a poco.
La utopía obediente gira en las palabras, —aguas que cruzan fervientes
surtidores, fuga sin abrigos en este viaje de polifonías interiores:
aguzo los sentidos; aquí reinvento la crin de los jardines,
voy con el pabilo de los muertos a otro asilo de esperanza sosegada;
día a día he leído las parábolas, he esculpido cada destello
en la conciencia: “ahora estoy en el camino” que advirtieron
los relojes, el fluir germinativo del viento.
(Poco a poco he ido entendiendo las claves del viaje:
la sombra de mi madre, en los difusos manteles de los árboles,
toda la intimidad que traspasa los caminos, el río de la sangre
como un vitral de inminencias. Hay un resplandor de claridades
desveladas, manos de atardecidos navíos,
cierta quietud del pájaro en la penumbra, consciente del desvelo
el sol poniente del infinito que me espera, que toca los pañuelos
del zodíaco y torna sutil el apetito a esta obediencia de la vida:
morir en la alegría del incienso, solo en el ala que anticipan las semillas.)
El rumbo ya está dado. Hay en la alforja, brújula y reloj,
puertas oferentes que van a dar al mar,
y anclas para cuando llegue el silencio y almohadas donde está
el sigilo y el aprendizaje de todo el calendario.
Al otro lado de la ciudad, tienen epígrafes los cementerios: leyendas,
trozos de soledad, latidos tocados por el ocaso, racimos de luz,
ansias de misteriosa metamorfosis.
Sobre la ropa cuando la hora se acerca al espejo, cuando las gradas
están próximas para descender, sin consideraciones, a la noche;
los ojos han ido moldeando todas estas claridades, (no hay penas,
ni tribulaciones, ni zozobra: es sólo, ahora, la ebriedad para cual
he caminado largos senderos, y revalidado mi sed de vuelo.)
Lo demás, lo que queda, ya no me pertenece: la lección de la semilla
y la madera es ésta: la muerte no necesita de alforjas ni alacenas;
aprendí la levedad de equipajes, el latido austero del sonido,
la historia sedosa de los poros.
Para este camino, nunca necesité de amigos: uno aprende a morir
solo, dentro de ese taller cercado de la fe. He esperado tantos años
para esta simplicidad de calles: en cada estación, sangraron
las yemas de mis dedos, en cada caída me alivió el rocío, en cada
cautiverio hubo cándidas luciérnagas, en cada latido, intuición
de mapas, a tal grado que siempre en medio del teatro, encontré
el alfabeto con aire de imaginable pan.
Consciente del viaje, he confiado en mi laboriosidad de hormiga:
Pronto será temprano para habitar la tierra…
Barataria, mayo de 2011
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