viernes, 6 de mayo de 2011

ABISMO INFINITO


La eternidad deja de existir cuando la vida se vuelve escombro.
No existen, hasta donde sé, absoluciones para el gemido:
desnudarse es entrar descalzo a las aguas del cielo, ver la claridad
anticipada, morder los calcetines de la noche,...




ABISMO INFINITO




Step right up and see the man who taught the truth
Swing the noose again
Pierce the apple skin
You bit more than you need
Now you're choking on the bad seed…
METALLICA




La eternidad deja de existir cuando la vida se vuelve escombro.
No existen, hasta donde sé, absoluciones para el gemido:
desnudarse es entrar descalzo a las aguas del cielo, ver la claridad
anticipada, morder los calcetines de la noche,
imaginar pasajeros con arco iris indelebles, masticar los insectos
del acantilado, lamer las urgencias de los tobillos,
sudar la mano en medio del musco hasta encontrar la sintaxis
de los ríos desvelados.

Claro que hay velámenes halados por caballos de nocturno
escapulario, mares ignotos en el tinta del cuaderno, y demonios,
de pronto, convertidos en héroes.
a menudo me resisto a la hora cero de las tejas: siempre la paradoja
de las puertas es un dardo en las sienes,
la hoguera me consume en su anónimo espejo,
el resuello hondo de quien nunca regresa, después de de caminar
sobre los rieles de la saliva, en el último suspiro de los espejos,
la promesa difusa del invierno que nunca se cumplió,
pese a los ayunos
y al libro blanco del sobrevuelo de los ángeles.

(Al final, la vida es así: el tiempo también cambia las palabras;
el hollín, se ha vuelto la madera en desuso,
las aguas de los genitales un día serán cenizas y no habrá quién
las reconozca sobre la mano deshojada, —no habrá quien reconozca
la fantasía, si acaso, la fatalidad desterrada, hecha crepúsculo.)
jamás me he fiado de la proeza del gotero, ni siquiera del extravío
que de pronto nos puede parecer un manantial:
de un día a otro, la alegría se convierte en pañuelos noctámbulos;
y la cocina, en mueca de afinidades,
en oculto cofre para hacer de cada página una lápida de oprobio.

Hay abismos superficiales como la rama seca que cuelga de los párpados;
sin cábalas, se perdió el misterio,
el infinito espacio de los encajes, el despertador de medianoche,
el sueño respirado bajo la sábana, el aliento de la lluvia.
Hay días donde las cebollas hacen lo suyo: días de muertas escamas,
paisajes sin alcoba y ventanas, arroyos de cipreses caídos,
bocas de intrusos ajos,
hamacas rotas del reloj innombrable, sótanos donde se consumen
las antorchas, —el yo y el otro yo, escuálidas imágenes de ataúdes
a dos manos con el follaje.

(Cuando invocamos el desayuno, se cierran las persianas de las palabras:
salta el túnel de las paradojas como un campo de batalla;
desde luego, el eco de los andamios socava las funerarias,
este no llegar nunca a puerto, por más que se sude y s enciendan
las lámparas del gozo: así recuerdo que mesa es una paradoja,
y la sombra, la brasa que nos quema.)

Barataria, mayo de 2011

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