La niebla llenó el tren de los ojos, las esquinas del bolsillo, el farol
De la luna y cada parte del diente y la espina.
Ahora brilla menos el pez en el agua. Quisiera morder el dedo gordo
Del sol y verme en el puente de tu ombligo.
Siempre fue así el alquitrán de la noche hasta agotarnos.
De la luna y cada parte del diente y la espina.
Ahora brilla menos el pez en el agua. Quisiera morder el dedo gordo
Del sol y verme en el puente de tu ombligo.
Siempre fue así el alquitrán de la noche hasta agotarnos.
Ilustración: Imágenes gratuitas
PAÑUELO EN EL OJO
He dicho que no soy fuego de pira,
y espero que las últimas escorias
se desparramen en el viento,…
AGUSTÍN ACOSTA
La niebla llenó el tren de los ojos, las esquinas del bolsillo, el farol
De la luna y cada parte del diente y la espina.
Ahora brilla menos el pez en el agua. Quisiera morder el dedo gordo
Del sol y verme en el puente de tu ombligo.
Siempre fue así el alquitrán de la noche hasta agotarnos.
El grito del relámpago en cada muñón del calendario, en la casa
Vacía que dejamos sin taburetes, sin mesa, sin manteles.
Nos dolemos en el collar planetario del aserrín, —hollín, acaso,
De la madera que nos sostiene en la confluencia del párpado nocturno.
La brevedad nos lame en medio de las estatuas, —deshace cada porción
De techo que nos queda, de cada hueso congelado en el cierzo.
Nos duerme el bostezo algebraico del minuto.
La nuez del insomnio no cabe en las ventanas. No cabe la uña
De los cementerios, ni el alfiler de las palmeras en cuenca de los ojos.
Ahora es negra la caligrafía como el carbón roto de la leña.
En cada libro que llega a mis manos se precipitan los ríos.
En la frente no cabe la cáscara del cielo, ni tus manos ligeramente
Oscuras, ni tus piernas ceñidas por los casquetes polares.
Las pinzas del apetito agarran caracoles. La barba ha crecido
Como los dedos de las enredaderas,
Como la saliva en las profundidades de la lengua.
Hay días en donde toda la sal del mundo cae en los hombros. Cae. Cae.
Y luego, hay que andarla como una eternidad de imanes.
El pañuelo en el ojo lava las imágenes que tengo: —el hacha del fuego
Clavada en las sienes, el cuerpo de la culpa sin ropa ni armarios.
Cada paso quedan los calcetines grabados en las aceras de ese espejo
De sombras que me come hasta el último pájaro innumerable.
Entre la piedra el zapato, hay tragaluces que muerden el sigilo.
Sangramos en la porcelana del insomnio sin olvido posible.
Bajo el hambre de las puertas, no se hallan los cerrojos, ni el trasluz
De la escritura. Caen las palabras escarbando en la hojarasca.
—Los días tienen insectos y contagios. Tienen habitantes extraños.
Debajo de la respiración, juegan errantes los fetiches del asedio.
Nos duele vivir en medio del espesor de los escombros y, sin embargo,
Nos inmolamos perversamente;
Nos comemos la espina, adentro, hasta empantanar el eco del ala.
No reposamos. Descendemos hasta el último líquido de la fosa,
Hasta la piedra simplemente sin reposo…
Barataria, 22.VII.2010
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