En la alambrada de mi nombre, el café azul que bebo en tus manos.
Los milenios de ojos sobre la escritura, el río en dibujos del horizonte.
El alfabeto mudo, febril, del deseo, —ese cuaderno de notas
Con caligrafía confusa, fragmentos de un tiempo ido.
Los milenios de ojos sobre la escritura, el río en dibujos del horizonte.
El alfabeto mudo, febril, del deseo, —ese cuaderno de notas
Con caligrafía confusa, fragmentos de un tiempo ido.
Ilustración: imagen tomada de la red
AZUL EL CAFÉ QUE BEBO EN TUS MANOS
Ahora puedo hablar y puedo llorar
el libro de mi nombre está lleno de imágenes
del mundo tal como lo he visto…
VARUJAN BOSGANIAN
En la alambrada de mi nombre, el café azul que bebo en tus manos.
Los milenios de ojos sobre la escritura, el río en dibujos del horizonte.
El alfabeto mudo, febril, del deseo, —ese cuaderno de notas
Con caligrafía confusa, fragmentos de un tiempo ido.
Bebo en tus manos, pese a todo, la dulzaina del azúcar,
El pan corporal del vuelo, el cielo en las rodillas del ayuno, el despojo
En la jarcia de los ojos,
Quizá este levitar en el mapa de los encajes.
Entro, de pronto, al jardín doméstico del rito de los pétalos.
Entro al añil descifrado de la cosecha, al colibrí inédito del aliento.
— (siempre hay una rendija que fluye en lo sagrado):
La yema del dedo en el feliz atavío,
El viaje, claro, como el alambique del rocío en las ventanas.
—Ahora te puedo hablar del mundo y de todos los nombres:
De la querencia, de la bruma, de los pañuelos, de los trenes, del vado
Paralelo al infinito, de las ofertas que produce la demanda,
Del hambre en cada piedra repartida.
También puedo llorarte y hacer otro diccionario de sal y grises;
Salpicar el cántaro de la sed, morder cada recuerdo sin cobija.
Ya a estas alturas, es poco lo humano que me queda:
—A media asta el cenicero de los sentidos, el yute como fondo del alma,
La arenilla áspera en la garganta.
Nuestras vidas están llenas de tantos riesgos, de fines de año armados
Para el olvido, de viajes que sólo viven en la almohada.
Ahora el fantasma del zodíaco en el búho.
El café azul en los sueños, la cuajatinta en el barco de la neblina,
Todo el delantal tuyo en la alberca de la sed.
Nada me queda, después de todo, más que pernoctar en el calendario,
Con cierto vinagre en los manteles.
Nada es ahora, sino el barro sometido al fuego de la respiración.
No sé si podemos conciliar el olor de los crisantemos,
La colcha de la albahaca, la ruda visible de los zapatos.
Podemos contar todas las ovejas de la semana. Contar de uno a diez
Los girasoles, imaginar otro planeta en el oasis de la boca,
Jugar sin estereotipos y leer en el libro del más allá,
Cada vitral dulce que desprenden los nísperos y las cincuyas.
Barataria, 19.VII.2010
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