SIEMPRE HAY ZONAS APAGADAS
Hay zonas apagadas en el trajín de
los zapatos, zonas de horas
silenciosas, en las que el país y el
polvo se juntan, el paisaje de tumbas
de todos los silencios que ahora
arden con cierto frenesí.
En un estanque de nicotina, trepan
puntas de humo hasta el vértigo.
Uno se afana por encontrar azúcar en
la hojarasca y lluvias claras
que sin ser vertederos, lleven
barquitos de profunda infancia.
Hay sed en la piel que tocan mis
oídos, quizás nostalgia a la hora
de atardecer, quizás lentos grises
que desordenan la cara.
En el bocado de incertidumbre, crecen
los recuerdos y las ventiscas,
y ruego porque no se haga piedra el
pañuelo que llevo a los ojos.
Paso mis manos sobre el resplandor
del agua, —mis manos, digo—,
pero es en realidad, mi sombra que
reverbera en su fuga diaria.
A contracorriente, el rebaño del
paisaje molido de los páramos.
Amo el eco que se arrincona en la
almohada, casi como una tormenta.
Esas geometrías que a medianoche de
vuelven témpanos.
.
Del libro: ‘Fuego de llaves
invisibles’, 2021
©André Cruchaga
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