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ZANJA
TARDÍA
Vivir siempre en las catástrofes
próximas a las distancias,
morder la aberración de la cruz desde
los espejos fríos del pecho,
madurar de golpe frente a la historia
del cuerpo,
sin cansarse del orgullo nacional de
las peregrinaciones,
o de aquella vagina vencida en mi
garganta.
Es imperdonable el amor que nunca
lleva a virtud, ni fluye
su despertar en la sombra luminosa del
cuerpo.
Ahora nos traicionan los pañuelos, lo
abyecto de los candiles
y el hipo del querosene,
y el taller viciado de las uñas sobre
la sábana dudosa de los poros.
Llevo en mis sienes la resonancia de
las monedas del desuso.
También los brazos sin ninguna
epifanía, fermentados de hartos
maullidos y verborrea.
Ahora, estrujado el aliento del azogue
e irreconocible la sombra,
me queda, apenas, el tanteo de cavar
como el pájaro carpintero en la madera
oscura de lo insuperable.
Del libro: “Antípodas del espejo”, 2018
©André Cruchaga
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