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ESTADO
DE PARANOIAS
Se levantan grietas o hendiduras como
murallas y hay perros que se asoman a las pocas lluvias que caen: mientras
duermo alguien desembarca en la otra orilla de los litorales. Al final, el
Hades puede volvernos a los viejos miedos, a la ropa interior licuada, o a las
estepas disecadas del hedor. (Ahora
necesito un almanaque para ver hacia dónde va la primavera, las moscas sobre el
pan y los laberintos develados del viento.)
Toda la alegría ha sido robada en
pleno mediodía por la ira y la duda. Entre las altas soledades de la ciudad,
uno mira, asustado, la luz ciega que se deshoja desterrada del árbol.
Anochece en el cenicero de los dioses.
Contra las aceras oxidadas, los amarillos que cruzan los estragos de las
sombras. (Al límite de lo vívido, alguien
respira, todavía.)
Del libro: “Antípodas del espejo”, 2018
©André Cruchaga
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