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VUELTA A LA AUSENCIA
…nos cosquillea las mejillas pulquérrimas
y nos acariciamos benévolos la nuca postrer refugio
de las reminiscencias mitológicas
GERARDO DIEGO
Retorno y sin luz a la orilla del estrépito. El paraguas de la lágrima
al borde de los rincones solos de mi boca, aguas purulentas
en la monotonía del petate tendido en la esquina
del costal difuso de la espuma.
Vuelvo al mismo punto de partida, pero no es el mismo: la evasión
del tiempo y los ahogos no son los mismos, no el mismo río horadado
de cadáveres, ni la ventana avergonzada por el tiempo de niebla.
(Siempre imaginé diferentes los ahoras: jamás pensé
en la condición frágil de la hoja tirada por el viento,
ni en la carencia de platos al momento
de sentarme a la mesa con la boca llena de palabras
y sin ninguna conversación posible,
porque no hay interlocutores,
ni una brizna que me haga tolerable el momento.
No está aquí la celebración del vértigo,
sino la sombra del miedo
con su nudo ciego: única realidad perenne en este regreso solapado
de la ceniza, espejo en un instante del palpitar de la zozobra.
Y no será diferente cuando me embarque en la próxima estación,
cuando todos los muertos refunden
su destino y sangre lo telúrico,
y muerda la compuerta de la salmuera la invención del aleluya.)
Camino sobre los rastrojos del kerosén voraz del aliento,
cada vez resulta insólita la memoria con ciertos huéspedes
a hurtadillas, me declaro una moneda cercana a las alcantarillas,
este es el perfil que me queda después de transitar entre sombras,
resulta inexpresable el sonido de la espuma
cuando flotan los papiros de la neblina, el hombre ahogado
entre sirenas, entre destinos de rancia
opacidad como el pedernal a ultranza de la nostalgia.
Cada vez resulta más gratificante no recordar a nadie:
cierto grado de inconciencia ayuda a mantener las entrañas
en sosiego; después de todo, es buena la poca luz
para tocar el fondo de las cosas.
Pensar en el futuro, no deja de ser mera truculencia del Mercado,
uno termina consumiendo escombros, y envolventes
bailes artificiales;
por eso es necesario el surtidor de los museos,
y un puchito de lumbre para el espíritu.
En otro tiempo a pies y luz les dimos lozanía de alas,
por si acaso. Ahora ya no es necesario, aunque merodeen moscardones
alrededor de los zapatos, los días de la semana
son síntomas de la historia:
en una esquina del calendario, la grúa de la noche abre su boca
para limpiar la mucosa del horizonte, la noche que borra las paredes.
En esta irremediable vuelta a la ausencia,
debo pensar, también, en la ruptura de los peces,
en aquella sed afiebrada hasta el cuello, en la breña y el vinagre,
cruel sedición de los tejados,
aunando más miseria a la miseria, como un látigo sin caducidad.
Hecho el inventario necesario, las hormigas hacen lo suyo;
También los girasoles que cuelgan del umbral como guineos majonchos
en el tabanco, digamos, de la propia tormenta.
Barataria, 14.IX.2012
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