viernes, 7 de septiembre de 2012

ECOS CALCINADOS

Imagen tomada de anaevenegaseducadorasocial.blogspot.com




ECOS CALCINADOS




Los tristes carbones, los vírgenes leños ahora profanados
perecían lentamente entre las garras sádicas
de las altas y verdes arañas…
ANTONIO SAURA




Miro las armaduras y los focos de la noche, los castillos demenciales
de los espejos, y la hojarasca oxidada del tiempo. ¿Cómo pervive el ala
fría en la armadura de la salmuera, los vientos sin provisiones, salvo
la fatiga del deambular del hollín, el tizne y aún el desequilibrio
de los trenes? —Vengo de lo inhóspito aunque nieguen mi existencia:
Vengo de navegar entre mausoleos y estatuas, en medio del patriotismo
de la semana, del galope violento del mar en los litorales: nada es fortuito.
Bajo a todos los objetos que iluminan las centellas, sin medida ni tapices;
vuelvo a la sábana incierta del fango, al azote carnívoro de los ecos,
sin que existan posibilidades de salida a esta demencia suntuosa
de la saliva que adquiere ciudadanía en el tintero del pulso.
A la altura de las sienes, están las ganzúas sosteniendo
las paredes del aliento, el altillo del desagüe de las aglomeraciones,
los encajes de los paraguas con su margen de torrente tardío.

(En la catacumba de la respiración, la humareda y la escoria, los hirvientes
oráculos de lo indecible, esa otra dimensión de la corrosión devorante.
¿Hasta qué punto la obscuridad se obstina en lo suyo y lo ajeno,
y muerde el ya sordo césped de los andenes?
—De pronto, la hojarasca calcinada es mi trofeo: me aproximo
inevitablemente al despojo, a lo progresivo de los esqueletos de la noche
con sus búhos, a este mal del destrozo de los relámpagos.)

Otros serán los que descifren, adentrándose en mis precipicios,
el escalofrío y las razones del vómito, la gripe de los murciélagos,
la porcelana del crepúsculo, todo cuanto se volvió desequilibrio
y sospecha, vigilias permanentes.
En cada letargo que produjeron los magullones de este tránsito sin tregua,
todo el tizne acumulado de los ahogos, las moscas velando el suicidio,
las manos con su árbol de cansancio.
Por más infatigable que sea la devoción por las begonias,
la hostilidad aró su cauce, con todos los objetos de labranza
de la alevosía. Con todos los aperos de la memoria.
Luego, ¿por qué tanto odio en golpe dentro de la sonrisa,
a la hora del desayuno, durante la danza de los vitrales,
en la alegría del alma, cuando el albor murmura en su oleaje matutino,
cuando la respiración quiere dejar de lado el agobio y los armarios
de la noche en su embriaguez de ceniza? No adivino los vitrales
entre tantos fantasmas, dentro de mi propio paisaje a veces inútil.
Disgrego las sombras con mi parpadeo: ningún tiempo es inocente
a las telarañas, ni a esta tortura que produce el desafío del vértigo.
Los rigores del sin embargo son audibles ahora que el vilano
del eco atraviesa los travesaños del eco calcinado.

Barataria, 06.IX.2012

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