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PRÓLOGO AL TRÁNSITO
He puesto el latir de mis sienes al compás de tus pasos
subiendo la escalera para oír cómo pisa tu sangre
sobre las yemas de mis dedos ausentes.
PEDRO GARCÍA CABRERA
Entrado al bosque de la noche, los códigos del aullido
sobre las aceras, la tormenta insomne sobre las cejas,
hundido en la escarcha del viento:
siempre el reloj marca los círculos del eclipse, la curva aritmética
de los zapatos, las semillas que luego se convierten en epitafios.
Al tránsito le damos su ración de neumáticos;
a las distancias, sueños. Como un ventanal crecido en las sienes,
la vela del mirar en el encaje hacia fuera de cualquier atadura disgregada.
Emigro cada vez al telar del aire donde el destello me conduce
sin disfraces al patio del aljibe, a la ventana inequívoca que entreteje
otros senderos y no necesariamente a otro patíbulo de grafiti.
Alzo mi boca en el deshielo de las libélulas,
cruzo el corpus de la escritura,
los rieles anhelantes del imán, el hambre desvirgada
del cordón umbilical, el pañuelo corporeizado del almanaque, locuaz,
en su pegajoso laberinto. En la nuez no cabe la saliva expectante,
ni el pólipo en el eje de las carretas, ni el espejo improbable
del polvo o el asfalto en la epístola pintada con tranvías.
(Se necesita un verdugo para hacer languidecer los minutos:
también abstraer la llovizna del bullicio, arrojar a los vertederos
el rara avis de la intemperie con toda su jungla de cuchillos.
Cada vez el drama es un espectador de las ventanas,
uno más en medio del drama de las espinas, nos desangra
el trote invisible del viento,
la oquedad de la caverna, la beligerancia que degüella la garganta.
Un día sólo tendremos gotas de agua colgadas del alero, y sogas amenazantes para la tarde y nostalgias atesoradas de lo anhelado.)
Lo demás, son sombras que se van acumulando en el camino,
débiles paredes, luz, sin ningún resucitado, tragaluces del desierto
en las comisuras, páginas absurdas de la sangre que vierte la deriva.
¿Hacia dónde voy en un itinerario de páramos,
con ligereza de gritos y zapatos amargos, deslizándose
sobre las arenillas invencibles del suelo? ¿Qué contrarios
esféricos imprimen mi tinta, los escombros caducos del fulgor,
que de pronto me lanzo al blindaje del asfalto, ciego de estupor
y de ventanas, a repensar mi propia historia.
Dejo crecer la sal del destino para que la lluvia lo lave,
hurgo en el apetito insondable de las alas, como un libro
abierto en la fogata del escombro, allí con las llaves cósmicas
del tiempo, ejercicio de pupilas en el río del delirio.
Barataria, 16,IX.2012
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