Las pupilas terminan por ser un monumento a la claridad, allí donde el relieve levanta
los sombreros y el jengibre termina siendo una polución de lo inefable.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
PUPILAS RESTITUIDAS
Vuelve el ojo en ráfaga de reminiscencias, a la estación de trenes, el tiempo amplificado en el mercado de las calles, mueve el viento su racimo de ventanas, la crayola del pájaro en el celaje, días donde visiblemente se pueden ver los imanes, las hélices de las puertas como un destino. Las pupilas terminan por ser un monumento a la claridad, allí donde el relieve levanta los sombreros y el jengibre termina siendo una polución de lo inefable. Todo vuelve cada mañana, en imágenes que cobran vida alrededor de los recuerdos; en las pequeñas cosas, siempre están las grandes sorpresas: la palabra fácil, real, no la apariencia; el hojerío a aletazos, quizá en busca de su propio sendero, lo creado a la primera luz de la rama sentida del árbol. Todo vuelve a ser existencia. (Quizá en el viento del pino, —mientras sueño y me platico—, aumenten las pupilas su caminar hacia dentro, pero también hacia fuera del almácigo del calendario.) Como los caminos la ebriedad eterna del tiempo, el río del aliento al compás de la juventud del derrotero. No sé hacia dónde me llevarán estas pupilas restituidas, el encuentro conmigo mismo, ¿qué bodegas derramadas me esperan, hacia dónde los hacedores de ataúdes y ceniza? Pero es cierto, después de tantas herraduras, camino en la tripulación de mi garganta, con la lluvia de amaranto de mi grito. He vuelto a ponerme mi traje: la embarcación tiene ventanas diurnas y relámpagos de azúcar. Así es el día junto a los caracoles, junto al pescado y al pan.
Barataria, 13.V.2012
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