Hoy ya se sabe que en ella habita la herrumbre y que los niños crecen nutriéndose
del moho, de la ponzoña cuya presencia sacude a la didáctica. De diminuta semilla
se hizo deidad, carnívora espina en la ensalada,...
Imagen tomada de/elsalvador.travel
LA CIUDAD DE AHORA
Como el día, la ciudad ahora muestra sus agujeros, las ventanas, la invasión de sombrillas y los despojos que el mercado deja. Se fue rodeando de inasibles cuchillos, salobres aguas de desechos la bañan cuando el vinagre curtió el hambre. Hace años, al norte de San Salvador, la descubrí con sus telares de frío y arco iris; ahora, claro, la sacude la violencia, los desaparecidos, la intrusa arenilla en el ojo hasta carcomer de manera incesante la conciencia, hasta convertirla en devorados oleajes. Hoy ya se sabe que en ella habita la herrumbre y que los niños crecen nutriéndose del moho, de la ponzoña cuya presencia sacude a la didáctica. De diminuta semilla se hizo deidad, carnívora espina en la ensalada, abierta al albedrío del hampa; emigra la gente, víctimas de la congoja. Toda la fecundidad se tornó estéril, hostiles calles con tributo, florece la muerte, sin destino, anónima como la alegría que se transformó en sufrimiento: ante la marejada de verdugos, la ciudad dejó de ser la chimenea o la embarcación segura, para convertirse en un taller de oscuro granito. Yo la descubrí cuando ya era inminente mi exilio en un vuelo de erótica cacería. Jamás regresé a mi pueblo natal. Pero esta ciudad que era clara como el primer hervor del cierzo, se perdió ante la dentellada de la violencia, ante anónimas dentaduras carniceras. Sólo la quiero porque aquí nacieron mis dos hijos y mi amigo, el pintor Miguel Ángel Polanco. Eran los años turbulentos de la guerra cuando vine a este lugar. Aún recuerdo la túnica violenta de las ráfagas. Y la mujer que me acompaña en Otoño.
Barataria, 28.V.2012
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