Cuando nos hundimos en la ausencia, se vuelven profundas, subterráneas, la vigilia
y la noche, el ahogo tras la hostilidad de los cristales. Ahora sé que nos fecundó
la garganta fatigada de las gaviotas, la ramazón agria de la tormenta,
la sed dura de los surcos en la vaguedad oscura de los pies.
LITORAL DESHABITADO
Sobre el litoral deshabitado, los colmillos apolillados de los días, ciertas bocas inmunes, salobres, amparadas a la atalaya de los ciegos. En la trifulca de la ceniza, la arenilla de los panales con la miel inexplicable del estiércol, nombres sórdidos, sonidos abominables de los huesos en la hamaca de las vísceras. En un acto de contrición, hipnotizamos las pupilas para no desfallecer en la angustia de las astillas; en la orilla del musgo, nos ensordecen los esparadrapos y los insectos desquiciados de las sombras. Siempre es así cuando las horas yermas caen en las palabras: cada boca amarga me recuerda los olvidos, la humedad cerrada de los afluentes, el arco iris roto en la neblina del espejo, porque los litorales tienen ese silencio de bordes almidonados por la madera salpicada de espuma. Cuando nos hundimos en la ausencia, se vuelven profundas, subterráneas, la vigilia y la noche, el ahogo tras la hostilidad de los cristales. Ahora sé que nos fecundó la garganta fatigada de las gaviotas, la ramazón agria de la tormenta, la sed dura de los surcos en la vaguedad oscura de los pies. Hemos vuelto a deshabitarnos en los anillos de la tierra: tierra de inclemencias por donde acecha el azogue con toda su presencia estéril. Aún recuerdo las palabras que nacieron, de súbito, en la campánula del alma; fue incontable el delirio el las pupilas, ese raro fuego de prodigio y opuestos, la alegría que después se convirtió cierzo. (Sin duda, la vida, es una sucesión no sólo de delirios, sino de permanentes destierros, en la brevedad, crece lo inaudible.)
Barataria, 29.IV.2012
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