Me reinvento en ella, en el guacal, el tintero, la paila, el plato, la cuchara,
la pluma fuente en el buche de los dedos, desmigajada comunión de la tinta.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
CALIGRAFÍA
Verla en la piel, flotando en el poro trashumante del cuaderno con ese aire de buen augurio y salmo, tocarla como el santuario del orfebre, olerla sin requiebros en el altar mayor de la hostia hasta que cada pájaro se hace habitual vocablo de geometría. Rima el poema en cada página, en cada palabra, la página, el gesto del principio recóndito de todos los tiempos, el ojo puesto en la palma del viaje, sin más permanencia que el arado en el surco de la tinta: constante viaje interior hacia el cuerpo cuajado de la letra, hacia el desparpajo del saxofón del ombligo, hacia la mandolina desplumada de la piel al punto del estallido del cielo. Me reinvento en ella, en el guacal, el tintero, la paila, el plato, la cuchara, la pluma fuente en el buche de los dedos, desmigajada comunión de la tinta. Arde la redondez ciega del impulso, la moneda angelical de la página que absorbe la materia de la sintaxis. (Vos, descendiendo al mar ilustrado del estilete con todo el amanecer sin afeitar, con la lingüística del café puro sobre el desván, con la dentadura de la brasa esperando el tiro de gracia donde se hace el poema. Brilla el arco iris del semen sobre el hervor sangrante de las sábanas. En la pausa o los puntos suspensivos, el disparo al centro del diamante.) En los días grises, abre sus muñones el crisantemo; deambulan, por si fuera poco, los espantapájaros del bolsillo de la túnica, la memoria que desmorona las pócimas del ascua: en el dormitorio, la desmesura es intensa; en el cuaderno, claro, rehacen su nido los muslos fermentados.
Barataria, 30.V.2012