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POEMA
Viene hacia la garganta, el pájaro detrás de la niebla,
los días contados en la incineración de los paraguas:
para que el aliento sea diáfano,
es necesario afilar los trenes
del cierzo y darle a las puertas
claridad permanente.
Ante la acidez
de las piedras
de la noche
del túnel oscuro,
caminamos
marcados por las devastaciones,
¿dónde es visible
una ciudad no dividida,
sin que la alacena deje de ser,
ese otro cielo de bienaventuranza?
—Lo dirán, sin duda,
los postreros días de la ruda y el chichipince…
Lo dirán,
los relojes bífidos
de los funerales,
el ascua
del olvido,
la pócima
viscosa
del grito,
el andar a tientas dejando
de soslayo la memoria, el azul patrio,
en las ráfagas del proselitismo, —ahora el País,
la misma invisibilidad de siempre con otros colores,
con la otra camisa de la noche,
con otro ataúd donde
también mueren
los crisantemos
que plantamos
cuando creímos
en la transparencia.
Vienen los efectos secundarios
de la piedra pómez, el tizne del candil
sobre la piel, el muñón de aplausos para sustituir graneros,
la hipoteca del tumulto a quemarropa de los bolsillos.
¿Vaya cuando sucumbimos
a los espejismos, y dejamos
que la tempestad
derribe los pilares,
y dejamos que las mansiones sean el ojal
y el botón!
De nuevo entre nosotros el ojo insaciable,
el ojo acusador, el que nos desangró a cuentagotas,
—las mismas paredes sobre los ojos
hasta quitarnos
el abecedario,
hasta
ser
parte
de la peste
del barullo.
Barataria, 17.III.2012
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