Ciego de nombres: los olvidé todos después de encarnar
constantes naufragios, después de vivir como un cuervo
picoteando los pinos y los escalpelos del suplicio.
Imagen tomada del blog: Opiniones de contrabando.
LA DURA CAMA DEL MENDIGO
Ciego de hambres y nostalgias. Ciego de caminos y baldosas. Ciego de petate y cobija. Ciego de estrellas y humanidad, hundido en el arpegio de la noche, sin más ropa que el aire, sin más carne que la hojarasca hundida en los dientes de las piedras. Ciegos el ahora y el mañana. Siego en mi ceguera el vacío; la sal cruje en los ojos rotos del bulto que soy en los muros oscuros del día. Ciego de nombres: los olvidé todos después de encarnar constantes naufragios, después de vivir como un cuervo picoteando los pinos y los escalpelos del suplicio. Ciego en el fango de mi propio abatimiento. Ciego de alas frente al grito: nunca debió saltar la claridad en mi memoria, nunca debió asomarse el ideal en el espejo. Ciego de calendario en la rama que cuelga del infinito, sólo la respiración monótona dentro de la cavidad de la choza o los neumáticos. Ciego de brazos a la hora en que las aguas enhebran los poros: así, semejante a un cielo desgarrado, hilachas del pulso en la sangre, magma de sombras en lo profundo. Ciego, pues, este caminar como el Lazarillo de la historia, servidor de muchos afanes y atesorador de desengaños. Ciego giro en el terraplén de las sombras. Mi propia sombra.
Barataria, 08.III.2012
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