domingo, 29 de enero de 2012

TABURETE EN LA SOMBRA


En cierto modo, se ha puesto a luz del día, el melodrama
del malabarismo de los fósforos, la mecha negra del candil
sobre manteles blancos, hay manoplas en el ambiente en vez
de pensamiento, prestidigitadores con guantes como verdugos
que arremeten con malicia contra la oscilación del aliento
diáfano de la lluvia que cae como contrapartida del polvo.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





TABURETE EN LA SOMBRA




Siempre estás ausente de claridad a la espera del paladar
de las estrellas, en la saliva azul del lecho donde los ojos corren
hasta derramarse en el rastrojo donde cae líquido el cielo;
copula el horizonte sus tejados de viento, en la madera,
de pronto ciega, aletean las horas en la ventana.
Hay taburetes en la más absoluta orfandad de la intemperie,
palabras que deja la noche en el rescoldo de la distancia:
crecen los recuerdos en la hostia de la sangre,
la boca extendida en el solar del suelo, en la champa adusta
que la lluvia desbarata al gastarse la tarde en los muñecos
de trapo. Entonces veo las vitrinas con los brazos caídos,
los clasificados de la hojarasca en la pasta de los libros,
de pronto también el ahogo que escupe en el ilusionismo de las pupilas.

La sombra misma no sabe que es sombra y que guarda
en su alacena, armarios de desahuciados diccionarios, titánicas
erratas jugando a la ternura.
En la vigilia se disuelven fuego y ceniza, escucho desde el tejado
el maullido de los sueños, la brama del alfabeto en historias
sombrías de paraguas, en ciertas tormentas que machucan pies
y clavículas, la crueldad de los grises de la niebla en la ventana,
el aguijón del vacío dislocado en los hombros,
aun la altura del polvo en el aliento, el sube y baja de las pestañas
en el vaso mensajero del pecho,
—sé que cada arrebato tiene sus propias geometrías,
un marcielo con rieles de arena, tuberías esféricas de acróbatas,
fulminante madera de otros soles menos apetecibles.

Nos quema la falta de concordia: urdimos cielos absolutos,
cuando la relatividad hace sus propias acrobacias,
y nos mete de cabeza en habitaciones oscuras de vértigo.
En cierto modo, se ha puesto a luz del día, el melodrama
del malabarismo de los fósforos, la mecha negra del candil
sobre manteles blancos, hay manoplas en el ambiente en vez
de pensamiento, prestidigitadores con guantes como verdugos
que arremeten con malicia contra la oscilación del aliento
diáfano de la lluvia que cae como contrapartida del polvo.

Tenemos días como péndulos al revés de los guacales, días que huyen
de las sienes, feroces fuegos de odio al prójimo,
bacinicas de saliva, vertederos sostenidos en el conjuro,
ojos de perros escapados de sus jaulas,
mutiladores de sueños tanto como un abismo de pesadillas
subterráneas. A causa de este vértigo, irradiamos párpados de hollín:
por desgracia, es otra manera de tortura, no menos cruel
que la vivida en la enceguecida carreta de la memoria, en la locura
que cortó las patas del taburete con su embriaguez de muerte.

Barataria, 21.I.2012

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