Vivimos días colmados de acechos: brazos insepultos de sed,
ebrias formas de la luz: el fulgor nos atiza con su lengua de ceniza,
bacinicas con el sopor urbano
de la memoria a cuestas del vilano en la rama de cemento,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net
RELÁMPAGO (COLLAGE)
Ante los nuevos tiempos, un cielo crujiente de ecos mesiánicos,
aunque la aurora esté a oscuras en la hornilla del patio,
y le demos vuelta al telón de las aguas oscuras de los trastos.
Celebramos con bombos y platillos, la náusea de las fuerzas
beligerantes, y mordemos los entretelones huidizos del relámpago,
mientras otros, —entre pasadizos secretos—,
lamen los huesos con trajes diferentes, con otras noches
y otros muertos, no diferentes a aquéllos que emergieron del grito
atroz de la batalla librada en el combate nocturno.
Vivimos días colmados de acechos: brazos insepultos de sed,
ebrias formas de la luz: el fulgor nos atiza con su lengua de ceniza,
bacinicas con el sopor urbano
de la memoria a cuestas del vilano en la rama de cemento,
en el neumático del aliento, fortuitas palomas, moribundas
en el pedestal de las estatuas, en los balcones a ultranza
de los postmodernismos, derramados en la herrumbre de las campanas,
que pululan con su vieja consigna de badajo trasnochado.
(Vos con el mismo espesor de la oscuridad, con ese trino
de máquina tragaperras, con el acordeón de aguas trasegadas
por pipas de inimaginable excitación.
Ante cada polución bañamos el horizonte de esperma:
a solas los ojos hundidos del sexo, el celofán furioso de los poros,
el viento siempre sonando las hojas de los lóbulos,
los pasadizos de la gota por el estilete desnudo del pálpito.)
Hoy vivimos otras secuelas del mismo rostro: es contundente
el ala de medianoche sobre las sienes;
nos limitamos a saltar sobre el peligro de las calles,
sin volver la vista a los paraísos perdidos de la infancia,
al ala donde cuelga la ventana del horizonte. Son días funestos:
en cada acera hay chimeneas de cuervos en busca de carroña,
lajas de saliva en las hélices de las luciérnagas,
pestañas postizas lamiendo el candil de la luna, las axilas derretidas
de los transeúntes, los lagos artificiales de la sonrisa.
¿Hacia qué bosque podemos dirigir nuestras plegarias y vigilias,
el escapulario del viaje de la brisa,
las respiraciones en vísperas de otro oleaje sin que el desvarío
nos pierda la brújula, y tropecemos con otro aullido nefasto?
Cada relámpago tiene sus propios memorándumes, —lo sé desde
que el calendario se volvió comestible, y la mesa empapó
las servilletas. (Imagino los juegos entre el pecho y el ombligo,
después de días extremos de grillos, después de ser culpable
de tardes grises, repentinamente acariciando la piedra colgada
de alambradas, tan funestas como un prisma venenoso…)
Barataria, 19.I.2012
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