sábado, 7 de enero de 2012

VIGILIA INCORREGIBLE


Bajo a la bruma despedazada de los espejos,
y allí, en trance de pañuelos, la luz súbita de la metamorfosis,
de nuevo el disparo a quemarropa de los párpados,
la punta del relámpago del frío,
el cráneo en exceso de tortura, el vendaval del ansia en la sal,
la cobija que me envuelve en sombra de peces ciegos,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





VIGILIA INCORREGIBLE




Cuando llega la hora, la piedra sobre los sentidos. La sombra oscura
sobre el ombligo, la concavidad honda de los adioses.
Basta un poco de dolor, para que desaparezca la pureza entre
las manos, para que el destello se convierta en vigilia.
Hay formas que pudren los caminos, lugares incansables
donde zumba el tiempo su polea de lenguas descarnadas, vastos
navíos de moho sobre el cuerno desprendido de las cavilaciones.
Tal vez es la eternidad la que desprende sus formas,
el cuerpo que sangra en los disparos del sueño,
o el vacío que desintegra los contornos de las manos, la tortura
del ojo cuando zumban las páginas amarillas de los espectros.

Uno no sabe, de pronto, que también torturan las campanas,
la caza de recuerdos en la profundidad de las azoteas,
lo insólito que parecen los ojos caminando en las calles de la nostalgia,
en la impureza de la sinrazón de lo inefable.
Todo es de pronto, realidad de automatismos cuyas paredes
revientan en escepticismos, espejos de lluvia sospechosa,
moscas desbocadas en la lluvia torturada de los ojos;
y es, en este trance de insectos y hojarasca, que cada imagen
precipita los tejados, las sienes fatigadas, posesas de sombras.

Bajo a la bruma despedazada de los espejos,
y allí, en trance de pañuelos, la luz súbita de la metamorfosis,
de nuevo el disparo a quemarropa de los párpados,
la punta del relámpago del frío,
el cráneo en exceso de tortura, el vendaval del ansia en la sal,
la cobija que me envuelve en sombra de peces ciegos,
el alma disparada a la fosa de las catacumbas, con terror creciente.
Sobre los hombros, los chiriviscos sangrantes del ansia,
haciéndose nudo infinito hacia lo desconocido, enroscando espigas
malolientes, destruyendo sin auxilio las certezas,
hasta ser traje vacío del arbitrio, destino de gusanos.

Cae el techo al ras del suelo: hasta entonces comprendo los peligros
del fuego, las agujas visitantes en el élitro, la explosión del día
con sus pernos, la mirada que perdió los encajes bordados
de las bragas al momento de subir al ascensor del viento.
Sobre la angustia que proclama la vastedad de la vigilia, el zumo
de la tempestad con sus caballos rendidos,
la ráfaga del amor como un pabilo de brisa descreída, esta desnudez
en medio del matorral de la penumbra.
Cuando cae el alma en la emboscada de los espejos, queda la piel,
queda el barandal de los ojos a merced del tiempo,
sin arneses que sostengan el espíritu…

Barataria, 01.I.2012

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