lunes, 2 de enero de 2012

FOSA DE LA VENTANA


Desde aquí vemos pasar la canela de los deseos,
bajo la misma mirada de los días que jamás claudicaban, y que ahora,
son fuga en el rascacielos de los poros,
en el césped donde se hornea la hoguera, el lamido inolvidable
de los puntos cardinales, la casa con brazos de fondo,...
Fotografía de André Cruchaga




FOSA DE LA VENTANA




Y el fiel de la balanza desorbita
la celebrada forma de su vida.
CARLOS ILLESCAS




Esta fosa de la ventana me transporta hacia lugares insólitos,
cada árbol es distinto en los labios, charcos de pétalos en las manos,
hormigas apurando su propio espanto,
como máscaras de relucientes girasoles. Frente al paisaje
la luz gira alrededor de los pilares de las pupilas, ―gira, digo,
como una boca precipitada, en el fondo dividido de las aguas.

(Todo es así de simple cuando llevamos los dedos hundidos
en el pozo de la certidumbre, cuando nos sorprende el estupor
de los cabellos convertidos en ceniza.
Cada quien va cabalgando con sus propias noches,
en las raíces seguramente del grito, en el gastado sueño de tanta herida;
seguramente nos deslizamos desgastados por tanto amor,
sobre lo que la memoria nos permite andamos cielo abajo muriendo
entre paredes oscuras, entre devorados ojos, agrios esfínteres
en las calles por donde caminamos cada día,
sin más alforja u odre que los propios ensimismamientos.)

Miramos fascinados, sin embargo, todo el terror de las semanas;
antes hubo una actitud diferente ante el pantano incendiado
de las axilas; cavamos tierra, le dimos al patíbulo su propia
máscara, ―nos desvanecemos al lado de los sueños, se hinchan
las encías y los labios, la resina del eucaliptus en la foja del cuaderno,
la bestia de las pestañas muerta a mansalva;
luego desemboco en el azúcar desnuda de tus pezones,
cada vegetal de las palabras toca tus poros, el ojo pervierte
la vigilia, la desnudez endurecida de los aluviones.

Ante cada parpadeo, la sombra inexplorada de los relámpagos,
las aves de corral disueltas por el ruido, ―el miedo es un destino
que produce frío, igual que aquel cielo rojizo de la primera vez,
igual entonces al delirio del escondrijo.
Desde aquí vemos pasar la canela de los deseos,
bajo la misma mirada de los días que jamás claudicaban, y que ahora,
son fuga en el rascacielos de los poros,
en el césped donde se hornea la hoguera, el lamido inolvidable
de los puntos cardinales, la casa con brazos de fondo, esperando
la temperatura de la tierra. Casi a diario nos salvamos
del naufragio, entre espejos y aguas, aquí el deshielo del zodíaco,
el camino suelto del viento, el tafetán de la saliva,
la gracia calcinada de la paciencia, la complicidad absorbente
de la carcoma. Estamos rodeados, pues, de sombras innecesarias
que cubren nuestro lecho: nos salvamos del oleaje, pero persiste
la tormenta con sus manos de penuria.

Nos salvamos de la mueca del pudor, para extraviarnos en la lascivia
de las aguas termales hasta caer en la fosa del delirio.

Barataria, 28.XII.2011

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